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Confesiones fucsias






Yayo Gómez 2007
ISBN: 978-84-935658-6-2
Depósito legal: SE-380-2008 Unión Europea
Ediciones Antígona, S.L.














El amor siempre se obstina en llamar
No se puede entender que un puñado de historias vivas y de chirriante actualidad que caben en Verbigracia, obra anterior de Yayo Gómez, constituya ópera prima. Imposible catalogarla como cuaderno elemental, ya que evidencia un entendimiento sutil y una escritura trufada de espontaneidad, desparpajo coloquial y hasta de una miajita de fraseología del idiolecto gaditano.
Decían sus virtuales auditores “que los escritos adjuntos expresan en todo sus aspectos significativos, la imagen fiel del espíritu de la sociedad”. ¡Y vaya que lo escanean! ¿En qué historias? Entre muchas y a modo de “ejemplo”: Lances hiperrealistas de quien ejerce en el sector servicio de la educación; la aventura ansiosa del cibernauta pro captura de contacto; de las oxidadas convenciones familiares; de cómo la publicidad milagrera recambia tu cuerpo galano, tu colesterol y te encamina al feliz destino vacacional; de los hijos, que también crecen, son o no cómplices y exigen aire y endorfinas; de la sublime salida del armario para hablar francamente de sexo y no necesariamente de amor; de la angustia del urbanita que precisa sanación y armonía y se tira en plancha hacia el esoterismo, cuando no a la risoterapia; amén de otros casos dolientes aligerados por el humor.

Confusiones fucsias, de título sugestivo y segunda entrega, se escora hacia la peripecia humana que, hambrienta de implementación e intercomunicación, se lanza a la búsqueda de pareja. Y aquí corre todo un mundo de ilusiones, torpezas, hilaridad, desencuentros, incomunicación, placer, desencanto, frustración, ruptura tecnológica… hasta producir dolor en vena. Eso sí, en medio de tanto descalabro, siempre hay cuña, espacio, párrafo o capítulo –delirante el de “Periodismo de investigación rosa”-, para la sonrisa, para retransmitir la vida misma, aunque depurada de su magnificación trágica.
La autora, superada la fragmentación de historias, hilvana su relato con progresión coherente, salpica con la cita o llamada intertextual y afina un colofón ingenioso como final sorpresivo de comedia agridulce.
Frescura en la narración, ficción desgarrada por culpa del desamparo humano nunca tan comunicado por tanto aparataje tecnológico-digital y jamás tan agredido por la hiriente soledad, la misma que canta Diana Navarro en dimensión tridimensional.
Como texto de relajo y pensamiento, Confesiones fucsias caerá bien a ese nutrido pelotón desnortado o no en la posmodernidad que demanda un relato inteligente y verosímil y hasta de soporte liviano, parapeto de alivio frente al áspero noticiario y la degradada televisión escoba. Y es que la búsqueda, construcción y reconstrucción de la pareja, siempre en equilibrio inestable, interesa más que nunca. Yayo Gómez merece el lanzamiento y la acogida con honores y por méritos propios en el complejo y competitivo mundo literario. Verbigracia y Confesiones fucsias son avales de escritora consolidada. Pero cedamos la palabra a unos entrañables conocidos que dan fe con mayor autoridad:
* *
- ¿Y qué te parecen, Sancho, estas Confesiones fucsias?
- No entiendo de tales confesiones confusas.
- Fucsias, Sancho, o acciones y pensamientos de muy subidos amores.
- Yo, señor, sólo recuerdo las confesiones del cura de nuestro lugar Pedro Pérez.
- Pues estos papeles sin firma, cosidos a modo de pliegos de cordel, aparecieron dentro del librillo de Cardenio y yo los leí en mi penitencia de Sierra Morena.
- ¿Y de qué tratan, vamos a ver? ¿De mal de amores de algún caballero andante?
- No por cierto, Sancho amigo, porque están en boca de una doliente, aunque festiva enamorada. Apostaría que son quejas de la atrevida Luscinda o de la muy discreta Dorotea.
- Bien podría ser –dijo Sancho-, pues he oído al bachiller Sansón Carrasco que ya hasta las doncellas escriben con atrevimiento y donaire de sus desamores.
- Nuestro amigo el bachiller anda muy puesto en razón y quizás le dé a leer estas doloridas y sabrosas Confesiones.
(CIDE HAMETE: La verdadera historia aljamiada de Don Quijote de la Mancha, cap. 7)


Eduardo Tejero Robledo
Catedrático de Didáctica de la Lengua y la Literatura
Facultad de Educación
Universidad Complutense de Madrid









ÍNDICE

  1. Gerardo Sánchez Sánchez
  2. ¡Por fin ligué!
  3. ¿No era bonito el amor al principio?
  4. Presentación en sociedad
  5. ¿Por una costilla tanta diferencia?
  6. Periodismo de investigación “rosa”
  7. Y llegó el verano…
  8. Del poder de la mirada a la tecnología
  9. ¿Cómo se le puede llamar a la novia de tu padre?
  10. No hay que confundir el jamón con la mortadela
  11.  Mientras te esperaba
  12. Merchandising
  13. Cuadratura natal
  14. Te lo voy a contar
  15. Mi hija Estrella se está desenamorando
  16. Me pongo en tus zapatos
  1. Infidelidad mental
  2. El rey Baltasar no era negro
  3. ¿Será posible?
  4. Me presento






1

GERARDO SÁNCHEZ SÁNCHEZ


Mi siguiente conquista se llamará Gerardo Sánchez. Se podría haber llamado Gerardo Diego, pero a su padre le sonaba familiar, en algún sitio lo había oído; además, decidió que Diego era un nombre y prefirió apellidarle Sánchez, que suena así como más castizo. Su  madre,  aunque parezca raro, en eso estaba de acuerdo con el cónyuge. Con lo cual  mi novio se llamará Gerardo Sánchez Sánchez.           
¿Que  cómo sé yo que se llamará así? Fácil, me lo ha dicho una vecina que es vidente en sus ratos libres. Tiene poderes, pero como eso no le da para comer, trabaja por la mañana echando horas en una casa y por la tarde se concentra y te predice el futuro.
Para saber exactamente cuál era la probabilidad de encontrarle, he mirado en la guía telefónica y, gracias a la acertada decisión de sus progenitores, he tenido suerte. Exactamente hay veintisiete que coinciden con sus apellidos, el problema es que la mayoría se llaman J o J.M. Igual se han equivocado los de telefónica y han puesto Gerardo con J, como en los nombres propios, antes al menos, no se cometía falta… A unas malas, le digo a mi vecina que entre en trance esta tarde y  le cambie el nombre; sólo me lleva tres euros, por aquello de ser conocida.
La verdad es que ligar así es fácil: te vas a la letra S, llamas para indagar un poco en la vida de esa persona, y en caso de que responda al perfil establecido, ya que estás hablando…, quedas de acuerdo y punto.
Cuando me disponía a coger la guía y el inalámbrico, sonó el timbre de la puerta. Miré por la mirilla y no vi nada. Normal, no llevaba las gafas. Así y todo vislumbré a una persona cuyo aspecto no era desagradable. Decidí  abrir. Me encontré a un hombre con buena pinta, de mediana edad, que educadamente me dijo:
- Buenas tardes, me llamo Gerardo y a partir de hoy seré su vecino.
- No se apellidará Sánchez, comenté.
- Lo siento, me llamo Diéguez.
Quedé estupefacta. No sabía si el fallo estaba en su padre –por inculto- o en la vidente por no dedicarse a la magia en jornada completa, pero me alegré por la cantidad de llamadas que me había ahorrado. Reaccioné a tiempo y con voz entre dulce y seudoerótica, le dije:
- Encantada Gerardo, ya puede ir recordando el día de hoy y eligiendo una canción para que la bailemos, medio llorando de emoción, en nuestros ratos de intimidad.
Me miró sorprendido, así que para que no pensara que estaba loca le pregunté:
- ¿A qué se dedica?
- Soy astrónomo-, dijo él.
- ¿De esos que hacen cartas astrales y según la posición de los planetas, en el momento de tu nacimiento, te pueden decir exactamente cómo serás y qué te sucederá el resto de tu vida?
- Nada que ver, respondió él. Yo soy científico, mi especialidad es la astrofísica, me dedico al estudio de las formas, dimensiones y caracteres de las superficies de los astros.
- ¡Qué interesante!- comenté, por decir algo.
Cuando más enfrascados estábamos en la conversación, apareció Rosa, la vidente para más señas. Con el fin de que no dijera ningún improperio que estropeara este encuentro mágico, me adelanté a su saludo con un:
- Buenos días Rosa, mira, te presento a Gerardo, será nuestro vecino, pero ¡ojo!, es astrónomo.
La pobre vecina creía que el nuevo inquilino le haría la competencia y también se dedicaría a echar las cartas. No obstante estaba orgullosa de haber acertado de pleno y dijo:
- Bienvenido Gerardo,  se llamará Sánchez, ¿verdad?
- ¡Qué manía con Sánchez!, me apellido Diéguez.
- Bueno, qué más da. Lo importante es que está aquí-, dijo ella pensando que a partir de este momento subiría sus honorarios.
Gerardo parecía algo asombrado por el recibimiento, mostraba atención a nuestra conversación y con cara de pedir un favor, preguntó:
- ¿Os gustan los perros?
Yo soy alérgica a los animales, pero cómo romper el encanto del momento, así que le respondí sonriendo:
- Claro, me encantan.
- Pues estupendo, dijo él, porque mañana nos mudamos toda la familia y tenemos tres perros; espero que no causen molestias.
- ¿Toda la familia?- Al pronunciar estas tres palabras creí morir.
- Sí, mi mujer, mi suegra, mis siete hijos y los tres perros.
Sólo fui capaz de decir: ¡¡¡¡¡ Rosaaaa, devuélveme los tres eurossss!!!!!







2

¡POR FIN, LIGUÉ¡




Este capítulo pertenece a Verbigracia pero fue el que me inspiró estas Confesiones Fucsias
Viendo que el esoterismo no me conducía a mi propósito más inmediato, recurrí a uno de los métodos tradicionales, y un día, el que menos me esperaba, saltó la liebre o  lo que sea.
Fue normal, una amiga que tenía una amiga, que a su vez tenía un amigo que, ¡vaya suerte!, con 46 años estaba separado y no era gay.  Y al amigo de la amiga de mi amiga le gusté. Creo que los apaños: trabajos y ligues, surgen normalmente del grupo de allegados y conocidos, así es que aproveché la coyuntura.
Quedamos el sábado por la noche un grupo de lo más variopinto. Por cierto, conté las llamadas de móvil necesarias para que la cita fuera en firme. Increíblemente ascendieron a 14, no me extraña que las compañías telefónicas suban a un ritmo vertiginoso.
Primero fuimos a cenar: brocheta de pescado regada con vino blanco, del postre pasamos porque engorda y sube mucho la cuenta.
Ya durante la cena noté que me miraba y para colmo se llamaba Carlos, ese nombre siempre me ha encantado. No era el príncipe de Gales, pero, al menos, sus orejas eran tamaño estándar y le pasaba al inglés más de quince centímetros. ¡Qué cuerpo más espigado tenía...!
Cuando nos fuimos de marcha, noté desde el principio que no sabía bailar y que tampoco estaba acostumbrado a salir. Daba igual, me miraba y no tenía defectos psíquicos-físicos notorios. ¡Vaya, que había ligado!
Yo le hablaba coquetamente intentando no respirar mucho por aquello de la barriga. Pero era consciente de que con la poca luz los michelines serían casi imperceptibles. A él le notaba algo cortado,  pensaba que igual se animaría al final.
La discoteca en cuestión no era  de esas grandes con cuatro pistas, ¡qué va!, era más bien un pub reciclado, cuyo aforo estaba al límite, con lo cual los pisotones y empujones estaban garantizados. A nosotros nos vino bien, porque entre el tumulto, alguna que otra vez, me ayudó a no verter el cubata y, de paso, nuestros cuerpos se rozaban ligeramente.
Durante toda la velada se sucedieron miradas de soslayo, contactos suaves y conversaciones superfluas, con las que se pretende impresionar, pero que al final te lías y sale todo al revés. Mientras le comentaba la última película que había visto, yo pensaba si la ropa interior que me había puesto era sexy o no.
  Por su parte creo que cuando hacía como que le interesaba mi vida laboral, en el fondo pensaría en el polvo que nos esperaba.
A las cinco de la mañana, el grupo decidió disolverse e irse cada uno a su respectiva casa. Era el momento cumbre. ¿Quién daría el paso? Lo suyo, pensaba yo, es que él propusiese acompañarme a casa. Yo esperaba ansiosamente... Y sí, lo hizo.
 Ahora venía el otro paso. Ya estábamos solos y caminando. Había que lanzarse y sacar el tema de: “A tu casa o a la mía”.
En las películas ambos tienen un apartamento ideal, pero nuestra cruda realidad  era que en mi casa dormían mis tres descendientes y la suya era el típico piso de separado, con la mala suerte que su madre estaba pasando el fin de semana.
Cuando eres joven no puedes llevar tu ligue a casa porque están tus padres y cuando eres mayor porque están tus hijos, ¿es justo?
Me da la sensación de que el relato, que pretendía ser amoroso y sexual, se me está yendo de las manos por culpa de una cama.
Allí estábamos, mes de enero, cinco y media de la mañana, parados en mitad de la calle, con los pies como témpanos y dilucidando dónde íbamos. ¡Vaya morbo!
Para un hotel era tarde, yo todo lo más a las siete debía irme, así que fue a él al que se le ocurrió la brillante idea: vamos al coche. Y así lo hicimos.
Con toda la gama de vehículos que oferta el mercado, Carlos había optado por uno de los modelos más pequeños. ¿Cómo logrará un hombre tan alto conducir en tan poco espacio? Él había resuelto su problema echando tan para atrás el asiento delantero que más que un cuadrado, aquel coche parecía un triángulo.
Todos estos eran pensamientos míos. Paralelamente íbamos llevando una conversación entre intelectualoide y sensual.
Llegamos a una calle poco iluminada y solitaria a las afueras de la ciudad. Lo de solitaria es un decir, nunca me hubiera imaginado el overbooking de personas que  lo hacían en un vehículo.
Llegó la hora de la verdad. Carlos era tierno y besaba bien. Al mismo tiempo que me abrazaba iba quitándome alguna prenda. Yo intentaba hacer abstracción de que estábamos en mitad de la carretera y me lo estaba pasando bomba. Creo que metí la pata cuando solté la primera carcajada, pero es que no era para menos. Observaba como él, excitado y con muchas de ganas de hacer el amor, intentaba quitarse los pantalones. Y de verdad que era imposible, o hacía un curso intensivo de Yoga, o compraba centímetros de coche o vendía parte de piernas.
Estábamos para una foto, yo medio desnuda y él atascado entre el asiento delantero y el volante, con los pantalones a la altura de los muslos. Nuestro deseo ya no era joder, ¡qué va!, era volver a la posición inicial.
Como pude, y para estirar un poco su cuerpo, le di un tirón de la rodilla, con la mala suerte de que se golpeó con el freno de mano. Era tal el griterío que Carlos estaba montando que algunos, que estaban  en coches vecinos, se acercaron. Vaya situación más extrema. Entre todos lo pasamos al asiento del copiloto y me dispuse llevarlo a Urgencias. Resultado: fractura de menisco y ligamento.
Desde aquel día somos inseparables. Cuando le quiten la escayola, seguramente os podré contar detalladamente cómo pasa suavemente su mano por mis partes y todas esas cosas propias del género erótico.





3

¿NO ERA BONITO  EL AMOR AL PRINCIPIO?
Este relato fue finalista del II Certamen de poesía y relato en la categoría de relato de GrupoBuho.com (2005)







Casualidades de la vida y por orden de importancia hoy a mi novio le quitan la escayola,  hace un mes que terminé la hipoteca de mi casa y se celebra la festividad de San Juan Bosco. Como de la congregación salesiana y de los tipos de interés parece que está casi todo escrito,  me referiré a Carlos, mi novio.
En esta sala de espera del hospital, por cierto, de lo más inhóspita, le miro cómo, sin levantar cabeza, devora El País y  por si la espera fuese larga, también se ha traído dos volúmenes del Ulises de Joyce. Me da una sana envidia porque es como un hombre-enciclopedia y porque no usa lentes, mientras que yo me pierdo con el conflicto palestino y, encima, necesito gafas de lejos, de cerca y, si me apuras, hasta de sol. Como esto es un aburrimiento y en espera de oír: Carlos Sánchez (ahora ya sé el apellido), me pongo a recordar cómo hemos llegado hasta aquí.
Parece que fue ayer. Aún recuerdo su cara y  rodilla, ambas dos, coloradas, una  por la excitación y la otra por la contusión. Accidente corta punto y anticlímax.
Cuando le llevé a urgencias y preguntaron qué había pasado, me dio hasta corte contestar:
—Mire estábamos en su coche cuando se dio un golpe.
Por la cara que puso la enfermera, creo que estaría pensando: “qué enrollaos, con la edad que tienen”. Pero fue mucho peor cuando me preguntó cómo se apellidaba el enfermo; ahora el corte fue doble, yo sólo sabía el nombre. Le indiqué educadamente que se lo preguntara a él, que no había perdido el conocimiento y le haría ilusión.
Desde aquella fatídica noche no intentamos mantener relaciones en el coche. Es en condiciones normales, de presión y temperatura, y  nos cuesta trabajo. Un metro noventa de hombre con una pierna escayolada es imposible que se adapte a una cama tamaño estándar. Noté, el día que nos conocimos, que tenía poca flexibilidad, pero no creía que fuera tan escasa.
Me da rabia no haberme enamorado según mandan las reglas, activando el proceso físico-psíquico, con nervios, euforia y ceguera temporal, pero es que el aspecto sexual en una pareja es esencial y él se coloca tieso, como un gato asustado, encima de la cama, me mira entreabriendo sus ojos y dice: anda, vamos a hacer cositas…
Pues como no te escriba “I love you” sobre el yeso, poco más se me ocurre, –pienso yo-, y no porque le haya afectado a sus partes, sino por el aspecto antimorbo que se le ha quedado. Si se pone el pijama, malo, y, si se lo quita, peor. Si se pone abajo, me raspa toda la pierna, y después hay que explicar de dónde han salido las heridas; pero si se pone arriba, ya lo que peligra es mi existencia.
A pesar de todo, le pone mucho empeño y siempre está diciendo:
—¿Te lo has pasado bien?
—Yo, por cumplir, le respondo: Sí, no veas el gusto que me ha dado.
—Y él sigue diciendo: pues esto no es nada para lo que te espera cuando me quiten   la escayola. Yo tiemblo al pensar lo que me puede deparar el futuro.
Por lo demás, Carlos es una persona culta y de costumbres refinadas. Según cuenta, le gustan las películas de estreno y las cenas en restaurantes donde no haya que buscar la carne debajo del perejil. Pero, claro, no hemos podido salir de su casa debido a que con una silla de ruedas es casi imposible desplazarse por la ciudad.
Después de casi una hora de espera, sale la enfermera y solicita que entremos en la sala de yesos. Dejo de pensar en el pasado y me dispongo a vivir el presente riguroso con un hombre “normal”.
Mi asombro no tenía límites cuando comprobé que el metro y veinte de pierna inflada, blanca y tiesa se había convertido en algo parecido a una carretera de palillos de dientes con la misma longitud.
Ahora nos toca muletas y rehabilitación. Él está contento, sigue de baja, podrá leer el periódico diariamente y los domingos incluso el dominical, y yo, por mi parte, también me alegro, porque al menos no me raspará las piernas y se me quitarán los moratones.
De camino hacia su casa, porque, aunque somos novios, aquí cada cual tiene su piso, sus hijos y sus cuentas, yo le miraba de reojo, pretendía armarme de valor y decirle:
—Mira Carlos, creo que a nuestra relación le falta chispa, salero, gracia. Deja de una vez de leer y dime algo cariñoso, que llevo toda la mañana ejerciendo de una mezcla entre auxiliar de clínica y amante esposa.
De repente, levantó su mirada. Parecía que adivinaba mis pensamientos, me puse hasta nerviosa, pensando que diría algo así como “eres mi amor, mi cómplice y todo”, pero con un tono mezcla de asombro y admiración, comentó:
—Sabes, por primera vez en la historia de España, una mujer es la vicepresidenta primera del gobierno.
Dudé entre romperle la otra pierna o quemarme a lo bonzo. El taxista, por vía telepática, me recomendó con mucho acierto que contara hasta diez y que tomara la decisión cuando llegáramos al destino, porque todavía estaba pagando las letras del taxi y el seguro no cubría los ataques de histeria.







4

PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD








Después de algunos meses de visitas periódicas a médicos y fisioterapeutas, parece que la salud se ha venido a pasar unos días a nuestras casas.
Nuestra pareja se consolida, seguimos juntos y, por lo menos hoy, nos queremos. Nos queremos tanto que hemos decidido conocer a nuestras respectivas familias. Entre los dos congregamos a casi un batallón de personas.
Carlos se separó hace algún tiempo y de esa unión, o mejor dicho desunión, nacieron dos fantásticos jóvenes. Bueno, cuando nacieron eran bebés, se supone. Lo de jóvenes vino después de montones de yogures y suspensos.
Ellos son cuatro, y digo bien, cuatro, porque la ex, que se llama Toñi, como todavía no tiene novio se dedica casi en exclusiva a Carlos: le llama, le escribe, le persigue… un rollo. Si vamos al cine, nos la encontramos a la entrada, a la salida y en el aperitivo. Siempre me mira con cara de asesina analizando pormenorizadamente mi atuendo y mis arrugas.
Toñi no trabaja, así es que Carlos tiene que pagar desde sus mechas hasta el pelado de cada uno de sus hijos.
            Yo, por mi parte, tengo un adolescente, dos preciosas jovencitas y un ex que hace tres años fue a una comida de empresa y no volvió, porque se lió con una compañera veinte años menor.  Cuando me dejó, el coraje se apoderó de mí, me sentí ofendida. Ahora no sabe su colega cómo le agradezco que me lo quitara. Con su pan se lo coma. Mis hijos quieren ir a un programa de la tele de esos que encuentran a tu padre y te lo llevan al plató, pero yo les quito la idea de la cabeza. ¡Menudo corte después en la frutería! Se enterará todo el barrio que nuestro divorcio ha sido colectivo. Se separó el mismo día de mí y de sus hijos. Según me ha contado una vecina suya, ya tiene un nuevo hijo de dos meses que llora mucho por las noches. Yo no me alegro, no… Con la no-pensión que me pasa, podría contratar a alguien que tranquilizara un poco al bebé, es una sugerencia, sólo eso.
            A lo que iba. Queremos conocer a nuestros respectivos hijos, así es que vamos a organizar un encuentro. Dudamos entre una paella campestre o un almuerzo en un restaurante caro. Yo soy de la opinión de que es mejor que nos sirvan la comida, pero Carlos es mucho más bucólico y prefiere el campo. Hemos quedado para encontrarnos el domingo por la mañana.
Ya el sábado por la noche preparé el equipito que me pondría. Después de tener toda la cama llena de ropa, opté por unos vaqueros y una camiseta, quería caer bien a sus hijos. Casi no dormí esa noche porque estaba un poco nerviosa. Nunca me había visto en otra.
Llegaron las 9:00 h. del domingo. Sólo fui capaz de despertar a Pedro, mi hijo de 14 años. Las niñas, que tienen 22 y 20 años, estuvieron de marcha la noche antes y no hubo forma humana de sacarlas de la cama hasta las 12:00 h.  Carlos dedicó buena parte del sábado a comprar y preparar todo para la paella. Esa predisposición para las tareas del hogar es una de las cualidades que más me enamoraron. Sus dos hijos también habían salido el sábado, con lo cual entre unas cosas y otras llegamos al campo a las tres de la tarde.     Cuando las dos familias desestructuradas, -creo que así nos llaman- nos presentamos, noté que sus hijos devoraban con la mirada a mis dos hijas, pero no le quise dar la mayor importancia a mi mente calenturienta. Sobre las cinco nos dispusimos a comer. El arroz estaba un poco duro, pero nadie se atrevió a comentarlo. Terminado el almuerzo, los mayores se fueron a dar un paseo. El chico jugaba al fútbol, así es que nos quedamos solos Carlos y yo. Me apetecía hacer el amor, pero claro, no pegaba. Cuando comprobé que Carlos buscaba con su mirada el periódico, me apresuré y le dije:
- Vamos a hablar un ratito.
- ¿De qué?, preguntó él tan romántico como siempre.
- Pues, ¿de qué va a ser? De ti, de mí y de toda nuestra prole.
- Él tomó la palabra para comentar:- “Como nosotros nos divorciamos antes de esta reforma pretendida por los sociatas, sí, esa del divorcio exprés, la custodia de nuestros hijos la tenéis las mujeres, pero, te imaginas -existe la posibilidad con estos cambios-, que seamos siete de familia. Todo un regimiento”.
- Jo, no me refiero al aspecto legal, sino al psicológico, ¿cómo crees que se habrán caído nuestros hijos? ¿Aceptarán nuestra relación? Por cierto, Carlos, te está saliendo mucha barriguita.
- La verdad es que me lías,  ¿no estábamos hablando de nuestras familias?
- Claro que sí, pero ya sabes, las mujeres podemos tratar varios temas a la vez, y además como te retardas tanto en responder, se me va la mente a otra parte.
- ¿No crees que tardan mucho en regresar del paseo?-, preguntó Carlos.
- La verdad es que sí, llevan ya casi dos horas y se está haciendo de noche. Igual se han peleado, porque tus hijos comparan a tu exmujer conmigo.
- ¿Peleado? Mira con disimulo, pero ya te aviso que esta presentación en sociedad nos ha traído un problema adicional.
Lo que veían mis ojos no me lo podía creer: sus hijos y mis hijas se acercaban a nosotros cogidos de la mano, dos a dos (pero parejas de heteros, que se llama ahora), y por la sonrisa que tenían no parecía que entre ellos reinara un ambiente precisamente fraternal.






5

¿POR UNA COSTILLA, TANTA DIFERENCIA?








Me gustan los hombres con barriga. Sí, como suena, con barriga, pero sin pasarse. ¿Por qué someternos a los cánones de belleza preestablecidos? Por ejemplo, si un individuo anda sobrado de altura, resulta impactante para nuestra sociedad, y todos dirán: “mira qué alto”. Pero claro, si lo que tiene es barriga, ¡uf!, la cosa se pone más seria y los comentarios se acercarán a lo dejado que es y a lo que va perdiendo conforme pasan los años. Pues, en lo que a mí respecta, se acabó y reivindico las prominencias próximas al estómago.
Cuando un hombre tiene tripa,  elimina de su  vestuario  las fibras sintéticas que se ajustan demasiado, ahorrándose el sudor maloliente y excesivo que ese tejido  produce. Tiende a algo natural, como el algodón, que quede suelto y resulte cómodo.
Los zapatos de cordones no están hechos para él. Ese diseño es enredoso, los referidos cordones se van soltando cada dos por tres y tiene que ir atándolos en mitad de la calle.
Si sale de cena, no siente la  culpabilidad de pasarse en la dieta y el miedo a que el abdomen se infle aún más, desaparece. Eso de agua y ensalada lo deja para las comidas caseras y aprovecha las particularidades culinarias de cada sitio concreto.
Si me apuras, suele ser hasta más fiel. Como es consciente de que en el ranking de belleza no está en situación privilegiada, no se esfuerza en ser el más atractivo del grupo. Nunca se ligará a la mujer diez de su barrio, con lo cual está más relajado y puede ser él mismo. ¿Para qué hacerse el interesante, con lo que cansa? Lo más seguro es que regrese a casa sin compañía, pero… qué bien se lo habrá pasado. Irá pensando por el camino de vuelta: “anda, que se vayan juntos la parejita ideal, y que se  miren en sus ratos de intimidad esos músculos de gimnasio de moda”.
La tolerancia es otra de sus virtudes. El hecho de ser imperfecto, le concede el privilegio de tener un horizonte más amplio de las personas y no sólo de boquilla. Que tú eres baja o usas gafas, ¡mira qué bien!, pues yo soy barrigudo. Y, llegado el momento cumbre de desnudarse, no hay problema, vaya tu panza por la mía, y todos tan tranquilos.
Así que, como el hombre barrigón es más tolerante, humano, natural y está menos obsesionado por el aspecto físico, yo, al menos, lo prefiero.
Estaba enfrascada en estos pensamientos, mientras veía el partido Real Madrid-Barcelona, cómodamente sentada en el salón de la casa  de Carlos, que, entre otras cosas, es barrigón y adicto al fútbol televisado.
Carlos, como no bebe, no se va al bar como casi todos los españoles, a él le gusta vivir en sus carnes el juego, pero conmigo al lado; para justificarse dice que se siente mejor y le doy compañía, pero yo creo que lo que realmente quiere es que me levante cada vez que hay que reponer el refresco para él y la cerveza para mí. En fin, cosas de cada pareja. Yo, por hacerle feliz, asumo mi papel de telespectadora pasiva y aprovecho para pensar.
Me sentía orgullosa de ser una mujer reflexiva. Pero mi tratado mental sobre la persona barriguda quedaría un poco incompleto si no lo ampliaba con la versión complementaria.
Era consciente de que hasta que no llegara la publicidad, mi pregunta sería inadecuada. Aproveché, justo cuando empezaba el anuncio de “Danone Bio-Soja”, para  preguntarle:
—Cielito, ¿qué opinas de la mujer barrigona?
—Mi vida, -respondió él con un tono entre irónico y cariñoso- Una cosa es que como yo trabajo tanto, no tenga tiempo para cuidarme, y otra bien distinta es que tú, aunque también trabajes, en la calle y en casa, no te pares un instante frente a un espejo y te des cuenta de que esa barriga te sobra. Los vaqueros no te cierran. Cuando hacemos el amor, las barrigas por ambas partes, arruinan al misionero. Si te pones un vestido de esos sexis, parece que estás de nuevo embarazada y me pongo a temblar del disgusto. Beber cerveza al mismo ritmo que algunos hombres no resulta femenino y no es ejemplo para los hijos. En las cenas de empresa, las compañeras de mi trabajo seguro que piensan: “fíjate qué tripa tan ordinaria tiene la novia del jefe y encima no para de comer”.
Amor, empezaste por una barriguilla respingona, hasta graciosa, pero la que tienes ahora se ha quedado residente, como algunos médicos de hospitales.
—No me lo puedo creer, pensé, y armándome de valor acerté a contestar:
—Escucha ahora tú, “nene”, en vista de que como autora de estudios psicológicos no me como una rosca, me voy a la playa a andar para ir eliminando esta panza. Aquí te quedas con el partido  y que te traiga las fantas tu…, me callo, que después la culpa la tengo yo.
—Pero chiqui, -dijo él-, sé que nunca hemos hablado sobre este tema y te veo cara como de enojada;  todo esto te lo digo por tu bien, porque sabes de sobra que yo soy tolerante, humano, natural y no estoy obsesionado por estas  pamplinas.




6

PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN “ROSA”





Mi vocación frustrada ha sido siempre ser periodista, pero no de las que se van a las guerras o catástrofes, enfundadas en una bufanda y normalmente con unas ojeras que les llegan hasta la boca. Yo quería ser periodista de ésas del corazón. Salir en televisión maquillada, sin arrugas y con un vestido de fiesta, para hablar de cosas banales, pero que entretienen y sirven como relajante para después de las comidas.
Hacía mis pinitos en esa profesión y aproveché que mi hijo Pedro necesitaba presentar un trabajo de Física sobre Einstein para endosarle algo que había escrito.
Pedro, sin mirar los folios, se los llevó al colegio todo contento porque se había ahorrado consultar enciclopedias normales y on line. Hice mal, lo sé.
Una semana después mi hijo me odiaba más de lo normal (y eso que lo habitual era mucho). Según me contó, la profesora leyó el trabajo a toda la clase insistiendo en que era el ejemplo de lo que “no se debía hacer”.
La verdad es que no lo comprendo, yo sólo escribí lo siguiente:
“Dijo una vez el marido de una famosa, que ahora es también famoso porque se ha separado y lo está contando todo, una frase que me llegó. El flamante millonario televisivo, ante la alcachofa negra y grande del periodista becado de turno, parió el siguiente idiotismo: “quien quiera saber que se compre un libro”. Así que una mente precaria y ruin, me condujo a un genio de la humanidad, y me compré un libro sobre Einstein.
Me van los cotilleos. Por ejemplo, de los Reyes Católicos, me acuerdo más de la política matrimonial que siguieron con sus hijas, que del mismo descubrimiento. Por comentaros algo, Juana, que no era fea por cierto, quería meterse a monja, pero sus padres la obligaron a casarse con Felipe, que por lo visto era guapo. Se gustaron tanto que tuvieron seis hijos, pero él se liaba con toda cortesana viviente, así que resultó normal que a ella se la comieran los celos. A la muerte del Hermoso, Juana dejó de lavarse (aunque en su época no era costumbre lavarse mucho), no se cambiaba de vestido e iba, de aquí para allá, acompañada del féretro de su esposo, por eso ha pasado a la historia como “la loca”.
Bueno, a lo que iba. El libro que compré contaba más o menos lo conocido. Que el físico y matemático Einstein nació alemán y murió norteamericano. Que, siendo pacifista hasta la médula, su temor a que los nazis consiguieran la bomba atómica hizo que indirectamente apoyara su construcción.  Y, por supuesto, sus teorías, de las que no me siento capacitada  para disertar ni opinar.
Yo quería saber sobre Albert hombre. Su vida y milagros están muy protegidos, así que he tenido que investigar en el terreno de la información rosa.
Nació con la cabeza deforme, ojos tristes y muy gordo. Su abuela dijo al verlo: ¡Demasiado gordo! Para contrarrestar, su padre lo inscribió con un nombre bonito: Albert.
Empezó a hablar a los tres años y a los cinco ya le arrojó una silla a la cabeza de su institutriz, porque le horrorizaba lo militar y la autoridad impuesta.
En el instituto el mosqueo de los profesores era generalizado; Albert se sentaba en la última fila y sonreía, pero sus notas eran excelentes. Era el primero de la clase.
Chico raro donde los hubiese, a los 16 años, tocaba el violín y  no se planteaba la típica pregunta de adolescente: ¿Soy gay o me gustan las mujeres? Por su cabeza pasaba el siguiente dilema: ¿Qué impresión produciría una onda luminosa a quien avanzara a su misma velocidad?
Hasta aquí todo puede parecer normal en la vida de este genio, pero abróchense los cinturones, ahora viene lo mejor: ¡Einstein era un ligón! Con la particularidad de que no valía decirle:”Albert, porfa, anda, vamos a hacerlo…”. Él estaba muy ocupado con su relatividad.
Sus mujeres debían esperar el momento justo y preciso en que su energía fuera igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz.
A pesar de esto, la primera en caer en sus redes se llamaba Marie Winteler, menos mal que no se apellidaba Curie, porque de ella dijo Albert que la ciencia hacía a las mujeres agrias y sin sensibilidad. De los hombres no opinaba, claro. La relación de Marie y Albert duró poco tiempo.
Marie no es que fuera una lumbrera, pero se dio cuenta de que Albert se salía de lo normal y que tendría el futuro asegurado. Ella, por su parte, quería ganarse la vida, así que se hizo maestra. Cuando Marie le dijo que se iba a ejercer a un pueblo algo distante de donde él vivía, éste decidió cortar la relación sin previo aviso. Lo que no impedía enviarle la ropa sucia para que se la lavara. ¡Pobre chica, cayó en el agujero negro de la depresión! Pelín machista, pero como era un genio, todos tan contentos.
Y mientras la maestra lloraba sus penas y le escribía cartas desde Olsberg (el pueblo del dichoso traslado), él iba a conciertos con su colega Mileva Maric, compañera en el Politécnico de Zurich, mayor que él, serbia, ojos oscuros, bonita voz y coja. Así es la vida.
Su relación con Mileva iba creciendo poco a poco, pero, cuando la madre de Albert se enteró, montó en cólera. Primero, porque la progenitora era alemana y la novia serbia (diferencias étnicas que se llaman) y, además, porque la chica en cuestión también era  física y matemática. La madre decía que una mujer tan intelectual no quería para su hijo: “ella es un libro, igual que tú, búscate a una mujer normal”.
Se supone que entre ecuación y ecuación... polvo cósmico, porque de estas relaciones nació una hija, a la que Mileva llamó Lieserl. Y digo bien, llamó, porque él dejó a su novia más sola que la una. Su actitud fue distante y fría. Seguro que el límite del sufrimiento de la parturienta tendería a infinito. Cuentan las crónicas que a las dos semanas de nacer dio a su hija en adopción. El padre no llegó a conocerla. A pesar de ello, tiempo después se casaron y claro, el matrimonio fracasó.
A los 40 años, el Papa de la Física fue canonizado (se le dio su nombre a niños, puros, etc.) porque se comprobó su predicción de que la gravedad del sol curvaba la trayectoria de los rayos de la luz. Pero cuando el santo judío llegaba a casa, cuentan que con su mujer sólo había broncas, falta de respeto y que incluso llegó a pegarle.
La tercera relación oficial fue con su prima Elsa, que sería su segunda esposa. Esta sí que era la pareja que necesitaba: cuidaba de él amorosamente, como podría hacerlo una madre. Él, mientras tanto, se dedicaba a la ciencia y a los flirteos. Elsa no quería ser más prima de lo que la sangre imponía y se separó, aconsejada por sus hijas, cuando era un secreto a voces la relación entre su marido y Margarete Lebach, una joven rubia austriaca.
Su actitud hacia las mujeres fue la misma que hacia los hombres: a todos trató con distante cortesía; en el fondo quería ocultar un carácter emotivo y turbulento. Einstein fue un hombre preocupado por la humanidad, pero, según dicen, indiferente con los seres humanos concretos.
Y ahora que ya ha pasado la media hora diaria de cotilleo que me tengo permitida, debo concluir diciendo que el famosillo de turno me la trae al pairo, que Juana pasó a la historia por su olor corporal y que ante Einstein me descubro.
Parece que el nobel sabía que iba a escribir este relatillo, porque una de sus frases célebres fue: No todo lo que cuenta puede ser contado y no todo lo que puede ser contado cuenta" 
- Pedrito hijo-. Dije al ver la cara de disgusto que el pobre tenía.
- ¡No me llames Pedrito!
- Perdona, Pedro. De verdad es que se me escapa la pedagogía actual. ¿No pretenderán que comprendas lo de la energía, la masa y la velocidad?
- ¡Déjame en paz, estás loca! Mira qué decir que Einstein era un ligón… Bua, bua, bua.







7

Y LLEGÓ EL VERANO…






Tras el comentario de Carlos sobre mi barriga, me llevé una semana sin hablarle. ¡Vaya con el intelectual, tímido, ecologista, humano y natural! Pero como tenemos que ser tolerantes, después de excusarse miles de veces y de decirle cuatro frescas que no transcribo, le perdoné.
Comparando con la media, nos llevábamos bien, y por eso, cuando nos dieron las vacaciones estivales, decidimos hacer un pequeño viaje, y otra vez surgió el debate: ¿Con niños o sin ellos? ¿Casa rural o un hotel de cuatro estrellas en un país en decadencia?
Es de suponer que nuestras opiniones se encontrarían. Carlos quería casa rural, norte de España y familia en pleno; y yo un viaje íntimo a Cuba para conocer el país antes de que se muriera Fidel.
Desgraciadamente había algo que teníamos en común: en lo financiero éramos solventes pero no teníamos liquidez.
Así, en pocas palabras, somos solventes porque podemos garantizar un pequeño préstamo con la casa de la que somos accionistas mayoritarios (las demás acciones las posee un banco, que a su vez nos concedió una hipoteca para poder comprar la susodicha vivienda), pero no tenemos liquidez, o sea, dinero en efectivo. Tenemos una escritura de propiedad, una escritura de hipoteca y para de contar. Si a estos cardos le añadimos las flores de los hijos adorados y deseados, el jarrón, aunque decorativo y de clase media asentada, sólo da para ir con soltura de camping a un sitio playero de moda o algunos días a Marruecos con esas gangas que siempre ofertan las agencias de viajes.
Cedimos los dos. Nos fuimos solos pero… a un camping de la costa y a 50 Km. de nuestras casas. Yo no lo tenía muy claro y me preguntaba: ¿Si vivimos en primera línea de playa, para qué ir de camping a la misma playa pero un poco más arriba? Carlos, que en el fondo era muy romántico, respondía que su intención era que durmiéramos juntos. Me convenció, yo también quería compartir unos días con él.
El coche seguía siendo igual de pequeño que cuando se produjo la desafortunada fractura de rodilla. Como pudimos fuimos metiendo: cacerolas (por lo visto era más bucólico comer en el césped), platos, colchón inflable, sacos y un sinfín de cosas más. Nos llevamos casi una semana preparando el avituallamiento. Paralelamente había fiesta nacional en mi casa. Mis hijas estaban como locas de alegría, yo no sabía si porque pensaban que me merecía unas vacaciones o porque Pedro se iba con los abuelos y Elena y Estrella –que así se llaman- se quedaban solas y montarían su correspondiente movida.
A pesar de mis dudas sobre si hacía lo acertado o no, me dispuse a pasar las primeras vacaciones con mi flamante novio.
Primera bronca: los dos y todos los accesorios no cabíamos en el coche. Como me supuse que no quería que yo me bajara, le propuse dejar todo el menaje de cocina y comer en restaurantes; de mala gana aceptó, pero ya le notaba algo enfadado.
Nos cogió una caravana increíble, a quién se le ocurre salir de viaje el primer día de las vacaciones estivales, casi la segunda riña. Tardamos en llegar al pueblo de moda más de tres horas, pero nuestra sorpresa se elevó al cubo cuando llegando al camping y divisamos una cola como de 500 m. ¿Dónde se querrá meter tanta gente?, comentamos.
¿Dónde? Exacto, al camping “La Inmaculada” –por cierto, vaya nombre más inapropiado, sobre todo pensando en nuestras intenciones-.
—¿Nos vamos a un hotel aunque nos gastemos la extraordinaria?, comenté yo.
—Pero, ¿cómo vas a comparar despertarte en plena naturaleza que en una habitación inhóspita de un hotel cualquiera?, dijo él (en las nubes como siempre).
—Claro que no se puede comparar, la segunda opción es mucho más atractiva, al menos dispondremos de una cama con un colchón normal.
Noté que Carlos se enfurecía otra vez y con la cara muy seria me dijo:
—Aunque contigo tengo mucha sintonía, hay veces que pienso que nuestros gustos son diferentes. ¿Valdrá la pena esta relación?
Por lo poco que conozco de los hombres sé que esta pregunta es peligrosa y, como no estaba dispuesta a perder a mi novio, le dije: “No se hable más, vamos al camping, que me hace mucha ilusión, de verdad”.
Él, como es hombre y eso que no soy feminista, no se planteó mi cambio de actitud y sonreía como un niño.  Habilidosos no somos ni él ni yo, pero se supone que él, por el rol que caracteriza a los hombres, debería serlo. Ahora fui yo la que se preguntó mentalmente: Le gusta la cocina, pero de bricolaje…ná de ná. El desencanto se apoderó de mí. Y me repetí la misma pregunta: ¿Valdrá la pena esta relación?
Que sí, que sí, ¿no ves que es intelectual, tímido, ecologista, humano y natural?
Entre los dos y ya casi anochecido montamos la tienda con la seguridad de que, si seguía soplando el poniente, seguro que la tendríamos que recoger en  Grazalema.
El colchón no lo pudimos llenar porque con tanto alboroto se nos olvidó el inflador o como se llame.
En el bar del camping sólo servían hamburguesas y cosas similares. Ya lo dijo Carlos, hagamos nuestra comida, que siempre será mucho más natural. Creo que la cuarta o quinta bronca (ya he perdido la cuenta) estaba por llegar.
Sin apenas cenar y agotados nos acostamos en un suelo lleno de piedrecitas arropándonos con un saco que, por haber estado guardado mucho tiempo, olía a humedad hasta extremos insospechados.
Estaba tan cansada que no recuerdo si hicimos algo. Desde luego, si lo hicimos, lo que fuera, no pasó a la historia.
A la mañana siguiente, tras esperar dos horas para ducharnos (los 500 m. de cola para entrar en el camping ahora parecían 1.000) y desayunar una hamburguesa (no había otra cosa), nuestras caras ya medían casi dos metros y decidimos volver a  nuestra ciudad y dejar a los veraneantes de secano saborear nuestras playas.
En el camino de vuelta maquinamos un plan que no nos podía fallar: pasaríamos nuestras vacaciones en su piso, sin salir a la calle para que nuestras familias no supieran que habíamos regresado.   Cuando descargamos todos los bártulos, otra vez estábamos agotados, pero esta vez más ilusionados, al menos pisábamos tierra firme.
Preparamos una cena romántica, con velas y todo, y esta vez sí que rematamos la faena, que diría un torero. Dormíamos plácidamente cuando escuchamos los mismos sonidos que dos horas antes habíamos hecho nosotros, pero ahora en el salón.
¿Quién está haciendo el amor en mi casa?, dijo Carlos
Desnudos y asustados nos adentramos en el salón. Como yo soy miope, no pude apreciar exactamente quiénes eran, pero se podía escuchar desde nuestra penumbra:Papá, ¿qué haces aquí?
Se trataba de Luis, el hijo mayor de Carlos.
—¿Pero bueno Luis, de dónde has sacado las llaves? Huy, qué lío.
Yo, con la toalla del lavabo tapándome lo que podía, acerté a decir:
—Haya paz, Luis, como tú eres más joven, te metes en la habitación de la cama pequeña y nosotros en la de matrimonio, y como se te ocurra comentar algo a mis hijos…
—Trato hecho. Mis labios están sellados.
 Y así pasamos nuestra segunda noche de vacaciones. 



8

DEL PODER DE LA MIRADA A LA TECNOLOGÍA








Parece mentira lo que puede unir la cama y los secretos. Le he cogido mucho cariño a Luis. Es un chico algo serio, pero amable y educado. Por eso el día que me llamó por teléfono con la excusa de tomarnos un café, me di cuenta de que le apetecía hablar conmigo, que algún problema debería tener.
Efectivamente, no había pasado ni un cuarto de hora cuando se dispuso a relatarme algo que le había ocurrido y que le tenía muy alterado.
Me contó que había tenido durante algún tiempo una relación algo singular y que hacía poco habían roto. 
Yo le escuchaba mostrando bastante interés, pero a la vez sorprendiéndome por la crudeza y frialdad de lo que oía. Estuvimos juntos más de una hora e intenté animarle, insistiendo en que el transcurso del tiempo es, en estos casos y en casi todos, el arma más efectiva que se tiene para olvidar. Cuando llegué a casa, me sentía rara, incómoda y algo nerviosa, así que, a modo de desahogo, escribí:
“El embrujo de la mirada es tan sutil y, al mismo, tan poderoso que valdría la pena analizarlo. Pero no es el caso y, hoy, gracias a Billes Gates y Martin Cooper, la tecnología hace su agosto en las relaciones personales.
Lo que a continuación relato es un hecho singular, por eso he querido sacarle tajada al asunto, y me he dirigido al Registro de la Propiedad Intelectual, pero allí me informaron  de que  no están protegidos por la Ley de la citada propiedad las ideas, procedimientos, sistemas, métodos de operación o conceptos matemáticos en sí mismos.  Con lo cual me limitaré a contar altruistamente, y, en espera de tiempos mejores, lo que le pasó a Luis, el hijo de mi novio:
Se trata de una pareja moderna que, tras innumerables horas de charlas y risas,  -por playa, campo y ciudad-, decidieron cortar su relación de la manera menos hiriente. Los pasos que siguieron fueron:
 Llamada móvil:
- ¿Qué tal estás después de la conversación de ayer?
- Mal, creo que voy a tomar una decisión importante. Ya te informaré.
Llamada móvil:
-  Ya la tomé. Te he escrito un mail de folio y medio, cuyo asunto es: “muchos paseos, pero poco afecto”.
Leído el correo electrónico, la otra persona redacta su mail de cuatro folios, que titula: “eso es lo que hay”.
Llamada móvil:
- ¿Leíste el mensaje?
- Sí, ¿y tú el mío también?
- Entonces se acabó, ¿verdad?
- Sí, creo que es lo más oportuno.
- Bueno, en caso de reproches releemos los correos, y si algo no quedó claro, por vía Messenger, matizamos los detalles.
El coste de la operación es mínimo: tres llamadas telefónicas en horario reducido y los mensajes electrónicos, hasta ahora gratuitos.
Las ventajas adicionales son numerosas:  existencia de dos escritos que dan fe del hecho tratado, memorización de los números marcados, por si hubiera que aportar alguna prueba en un momento dado, y todos los trastos rotos que ocasionarían la retahíla de reproches posteriores. Al procedimiento expuesto, que he bautizado con el nombre de “ruptura tecnológica”, por simple, no es menos efectivo y con méritos propios para ser merecedor de un ISBN, aunque sea a título honorífico.
A la espera de que al Partido Socialista le quede un hueco de tiempo para la reforma de la mencionada ley de la propiedad intelectual, voy ampliando mi idea. Así es que, basándome en que Cooper tiene en mente un móvil que sea tan pequeño que quepa detrás de la oreja, con internet incorporado y que marque automáticamente cuando se piense en llamar a alguien; se me ocurre que se puede aplicar este sistema de ruptura también a matrimonios de larga duración, con la única salvedad de que intervengan los hijos de los afectados,  los suegros, los amantes e incluso los abogados de ambas partes
            Cuando terminé el escrito y lo releí, me vino a la mente el comentario de la maestra de mi hijo, ese de: “ejemplo de lo que no se debe hacer”, así es que hice añicos los folios. Pensando también que era algo muy personal y privado de Luis y no quería que pasara por las manos de algún curioso.
            De todas formas no pude reprimir todos mis impulsos y escribí en la lista de la compra:
“¡Pobre Sabina, que creías en el poder de la mirada! Si te hubiera informado antes de mi ruptura tecnológica, aunque te quedaras con el corazón en los huesos, al menos te habrías ahorrado el cristal de las gafas de lejos!”






9

¿CÓMO SE LE PUEDE LLAMAR A LA NOVIA DE TU PADRE?






Ya es hora de que los de la Real Academia se pongan manos a la obra e incluyan términos nuevos. Las palabras tradicionales de marido, mujer, hijo, novio, siguen afortunadamente en uso, pero claro, la sociedad está cambiando tanto que ahora existen multitud de variantes que se han quedado sin vocablos; a modo de ejemplo: novia de mi padre, hijo de mi novio, etc. Pero la que se lleva el premio de oro del festival de los significados elásticos es: amigo/a.
No me da corte reconocer que después del divorcio me encontraba un poco desnortada, necesitaba reafirmar mi feminidad, subir mi autoestima,… ¡Vamos, que hacía muchas pamplinas!
Para centrarme me fue de gran ayuda vivir la siguiente experiencia:
- Buenas tardes, tengo hora para las seis.
- Pase y siéntese, en un momento le atenderá Don Fernando, dijo la chica que educadamente atendía la consulta.
Cuando llegó mi turno, me sentía un poco cortada, sobre todo cuando, sin rodeo alguno, ese señor de aspecto moderno me preguntó:
- ¿Cuál es su problema?
- Pues mire, tengo un amigo-amigo con el que me llevo de maravilla. Para mí es como un hermano; hablamos de todo; me quiere mucho y yo a él. Vive solo, como yo; por eso nos entendemos tan bien cuando sacamos el tema de nuestras soledades y carencias. Le veo poco, normal. Él tiene su vida y yo la mía. Ya digo, es como un hermano para mí.
Por otra parte, llamo con frecuencia a un amigo-ex amante, para que salgamos solos o en grupo. Me siento bien con él; aunque, si soy franca y, en determinadas situaciones, le sigo deseando. Cuando le veo arreglado y hablando de temas interesantes, incluso le besaría, o más…
Con mi amigo-compañero no hay ningún problema, tenemos complicidad y sintonía. Formamos un equipo que hace más agradable el terreno laboral.
Mi amigo-coqueteo es ideal, siempre está ahí para lo que surja, con éste casi he estado a punto de caer. Es que, claro, estamos solos y… ya se sabe.
Ah, se me olvidaba mencionar a mi amigo-gay. Conversamos poco de cosas íntimas, pero me siento muy relajada en su compañía, nos reímos y divertimos mucho.
En ocasiones me acuesto con mi amigo-amante. Tenemos tanta compenetración -y nunca mejor dicho-, que vemos las estrellas cuando el apasionamiento aflora.
El pobre psicólogo, cuando intentó escribir lo que escuchaba, se hizo un lío y un tanto avergonzado dijo:
- Perdone, ¿podría repetir?, me despisté en su amigo (guión) coqueteo, y seguro que no he apuntado las dos o tres variedades que vinieron a continuación.
- Pero… ¿qué dice de amigos guiones?, respondí yo, ni que esto fuera una película de Almodóvar. Le resumiré brevemente lo dicho y espero que esta vez lo coja del tirón. Mire, le he hablado de: amigo-amigo, amigo – ex amante, amigo-coqueteo, amigo-gay, amigo-amante, amiga-compañera… ¡vaya, que ya me estoy equivocando hasta yo misma!
- Como para no liarme, pensó en voz alta el pobre licenciado en temas mentales.
Yo podría haber relatado otros tipos de amigos que tenía pero, la verdad, me había molestado la falta de atención tan evidente que mostraba el psicoanalista. Así es que le miré fijamente esperando escuchar esa frase profunda y estudiada, que resolviera todas mis dudas existenciales.
Por la cara que ponía el experto en cocos ajenos, parecía que no iba a decir nada cuando, de pronto, con voz pausada y relajada, dijo:
- Mire, yo estudié en Barcelona…
Creí morir, pensando en que ahora él me iba a contar su vida. Pero si la que paga soy yo…
- Decía que, aunque estudié en esa capital, yo nací en un pueblo pequeño, allí nos conocemos todos y no se disfraza ningún tipo de relación.
- Pero, ¿todo esto a qué viene?, murmuré yo.
- Pues viene, y abrevio, a que la amistad nunca lleva guión, es simple y llanamente “un afecto personal, puro, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.
- ¿Entonces sólo vale el amigo-amigo, que como es redundancia, se queda en amigo a secas?
- Más o menos -contestó. Visto que no hablamos el mismo lenguaje, he decidido perdonarle mis honorarios. Usted no tiene problemas mentales, lo que tiene son dudas lingüísticas. Así que, resumiendo, le aconsejo que consulte con la Real Academia Española.
Cuando salí de su despacho me sentí contenta, porque mi presupuesto no se había alterado y por la ética que demostró el profesional. Podría haber alargado el tratamiento por lo menos dos años, retrotrayéndome a los recuerdos de la infancia, hasta que, pasito a pasito, llegáramos a mi concepción de amigo-amante. Pero no, se portó.
Y aquí me veo, liada con la letra “a” del diccionario, a ver si me aclaro un poco.






10

NO HAY QUE CONFUNDIR EL JAMÓN CON LA MORTADELA






¿Soy original? Temblaba cuando le hice a Carlos esta pregunta. ¿Por dónde saldrá? Valor tenía yo, después de lo que me contestó sobre la mujer con barriguilla, pero bueno, de algo hay que hablar.
Esta vez estaba segura de que diría que sí. Yo me considero una mujer original, mi casa, mi peinado, mi ropa, mis escritos e incluso las actividades que organizo en mis ratos de ocio, al menos a mí, me parece que se salen de lo normal.
Él, como es un hombre muy reflexivo, se quedó pensando y dijo:
- Tu vida, como la de todos, aunque parezca extraño es como un arco iris tricolor.
- Carlangas, esta vez te has pasado de intelectual, respondí yo.
- Que no mujer, si es muy simple, te cuento. ¿Recuerdas cuando pintaste tu casa?, te hiciste con un catálogo de colores. Toda convencida realizaste un estudio pormenorizado de tu estilo, carácter y familia, y seleccionaste los tres colores que, por múltiples años, irradiarían tu casa: verde pistacho, lila y celeste fuerte. Yo te observaba y, la verdad es que me parecía tu piso la bandera de un nuevo país,  estilo Ágata Ruiz. No pronuncio el segundo apellido para fastidiarla, porque sé que le encanta exponer su aristocrático nombre hasta en los lugares más íntimos de nuestro entorno. Tu casa tricolor resultaba idéntica a la de mi vecina, mi compañero de trabajo y a la de toda la gente que se considera rompe moldes. Fíjate que, por esa época, casi se agotaron las existencias del verde pistacho y lila en España. Y no te digo, el día que fui a recogerte a la peluquería. Por lo visto, tras el preceptivo estudio de tu cara y facciones, te hicieron el pelado idóneo. Las peluqueras, se dijeron unas a otras: ha quedado magnífica, este corte de pelo estaba pensado para ella, y del color, ya ni te digo, tres  tipos  de mechas: rubias, rojas y castañas. Pero te puedo asegurar que todas las que salían antes que tú, prácticamente llevaban el mismo peinado. No quiero que te enfades si te digo que hasta mi ex lleva tu mismo corte. O cuando toda repeinada fuimos de compras y para tener un aspecto más juvenil, elegiste un pantalón de chándal que hacía juego con los colores de tu nueva cabellera y que parecía estar hecho para ti.
No sigas, sé que el mismo pantalón lo pusieron de uniforme de deportes en el colegio de monjas de la esquina. Vale, vale, ya está bien, soy vulgar, del montón de los montones vulgares, me has convencido, le comenté sollozando.
- Deja ya el tema, mujer, nos seas tan obsesiva.
- Bueno, hazme un favor y cuando acabes de leer el periódico, me corriges este nuevo escrito que se me ha ocurrido.
A los cinco minutos ya observaba como Carlos, lápiz en mano, estaba leyendo con mucho interés los folios que yo le había pasado y que decían:
“Yo nací jamón-hembra, que no es lo mismo que “jamona”, pero me he pasado alguna que otra vida, dentro de mi gran vida, disfrazada de mortadela.
Mi cuna fue por tanto aristocrática, pero francamente ya no recuerdo si mi apellido era ibérico, montanera, recebo, bellota, retinto o pata negra. Nunca me ha preocupado el empleo de estos términos distintivos. De ningún modo me ha ido el pijerío de las 5J y cosas parecidas. Siempre me he considerado un jamón de esos que se crían con los restos de comida casera y que, allá por San Martín, aprovechando los meses más fríos, se salan y curan en la bodega de una casa de pueblo.
Algunos dicen que soy una joya culinaria, tanto por mi sabor –dulce y tenuemente aromático-, como por mis propiedades nutritivas.
Dicho lo anterior daría la impresión de que mi vida es fácil, pero nada de eso. Envidio a Penélope Cruz, cuando después de terminar sus tortillas se encontraba con un Bardem que se le acercaba como un príncipe pero, en vez de venir en un caballo blanco, aparecía montado en ciento cincuenta caballos de potencia. Yo tendré otra denominación de origen porque una o ninguna vez me he cruzado con Javier, ni siquiera andando por la calle.
Así pues, como no encuentro un jamón- jamón; ni siquiera un jamón a secas, pues me quedo con las dos ja-ja iniciales, y a veces me hago pasar por mortadela.
A pesar de mi largo y reposado tiempo de maduración, creo que la preferencia por la mortadela -fiambre asequible y de alto consumo- persiste. Hasta los más refinados que propugnan una dedicación de lo más "fashion" por el jamón con pan moreno, alargan sus manos ante cualquier trocito de mortadela servido para acompañar un aperitivo, aún a sabiendas de que está compuesta por un triturado de carne mezclado con cubitos de grasa.
En mis días de disfraz he pasado por mortadella de Bologna y mortadela con aceitunas, pero siempre me ha quedado el suficiente orgullo como para no ir de chopped pork.
Mi vida transcurría sin pena ni gloria, cuando en una de mis numerosas fiestas, -esta vez escogí el disfraz de mortadela siciliana-, se acercó a mí un tipo alto, calvo y con gafas que iba disfrazado de jamón. La verdad es que me quedé un poco sorprendida, era tan desgarbado que ni siquiera tenía pinta de paletilla, de esas de oferta de los hiper.
Al descubrir a Filemón pululando a mi alrededor, ya no me cabía la menor duda, pero me hacía la siguiente pregunta: ¿Qué hará Mortadelo ataviado de esta guisa?
Como ya sabía por los comics que era agente secreto, no le quise preguntar y dejé que actuara.
Estuvo toda la velada hablando conmigo, se le ocurrían unas conversaciones divertidísimas, me hacía reír, hacía tiempo que no me sentía tan feliz. Claro que, de vez en cuando, me hacía preguntas sobre mi verdadero origen. Yo, por supuesto entre risas, le contestaba con evasivas, hasta que llegado el momento oportuno le comenté.
- Mira Mortadelo, se nota a leguas que eres un agente secreto de la T.I.A. Sé que en el mundo del fiambre os resulta raro que un jamón habite entre vosotros y que tu creador, Francisco Ibáñez, te ha enviado a esta fiesta con la misión especial de averiguar las causas; así que, para dar por finalizado tu trabajo y poder seguir hablando en plan distendido, le comentas que, ilusa de mí, buscaba un ideal motorizado, pero que al conocerte me he sentido bien y he decidido quedarme contigo, y que a partir de ahora me incluya en sus historietas como tu pareja.                   
                                                 
    El pobre Mortadelo alucinaba, ni soñando hubiera pensado en ligarse a un jamón-hembra y medio cortado dijo:
- ¿Cómo te puedo gustar con esta pinta?
- Pues claro que sí, respondí yo. Tú, con la levita negra, tienes más arte que cualquier jamón con la pata del mismo color y, además, ya estoy harta de tanto sabor y aroma, esa pose siempre me ha fastidiado.
Esta noche he descubierto que, por supuesto, no hay que confundir el jamón con la mortadela, pero tampoco la buena mortadela con el jamón.
Terminada la lectura, le pregunté:
- ¿Qué te ha parecido?
- Calidad como para que te den el Premio Nobel de Literatura es obvio que no tiene, pero te puedo asegurar que original sí que es, comentó él con una sonrisa asomando por sus labios.






11

MIENTRAS TE ESPERABA








            Mientras esperaba pacientemente la llegada de Carlos a mi vida ha pasado de todo. Me han dejado, he dejado y he tenido a mis tres hijos.
            Cuando tenía 18 años me abandonó Miguel, mi primer novio. Se me vino el mundo encima. Yo le quería, ¿a mí él?, no sé. Si me quería desde luego era poquito. A diario pensaba turbada por la rabia y el reproche: ¡Qué mala suerte tengo! Pero cuando me enteré de que al poco tiempo dejó embarazada de mellizos a mi mejor amiga, ya no podía pensar otra cosa que: “Uf, de buena me he librado, ¡qué buena suerte tengo!”
Después de quince días de una relación apasionada, corté con Genaro. Le conocí en la feria de un pueblo cercano, trabajaba en la Calle del Infierno. Vestía un tanto original, hasta el punto de que mis amigas decían que era un hortera. A mí me daba igual, yo casi siempre le veía desnudo. Un día que quedamos para tomar café, le contemplé en toda su integridad y pensé: “Genaro, tú no eres para mí”.
            Con Andrés todo fue diferente, yo tenía más experiencia en el terreno afectivo-amoroso, y tras la euforia inicial que duró tres meses, nos miramos fijamente y dijimos al unísono: “Se acabó”.
            Pablo fue visto y no visto, sólo recuerdo ese tópico de: “Nos llamamos”. En este caso: buena y mala suerte juntas.
            Mi vida cambió cuando conocí a mi único y primer marido, Sebastián. El primer cambio fue motivado por la venida a este planeta de mis tres hijos (¡bien!) y el segundo cambio vino paralelo a la fuga con su compañera de trabajo (¡mal!). Mis reacciones fueron: llorar, deprimirme, añorarle y…demandarle cuando no pasaba la pensión. 
            Me viene a la mente esa historia china de un anciano labrador que tenía un caballo para cultivar sus campos. Un día el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para lamentar su desgracia, el labrador les replicó: -¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién lo sabe?
Una semana después el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Éste les respondió: -¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién lo sabe?
Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de los caballos salvajes, fue desmontado y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: -¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién lo sabe?
Unas semanas más tarde el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota, lo dejaron tranquilo. -¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién lo sabe?
            Así es que Miguel, Genaro, Andrés, Pablo y Sebastián… -parece que estoy recitando el santoral-, habéis tenido que pasar por mi vida para que yo me sintiera con la suficiente madurez cómo para valorar a Carlos, el que ahora ocupa mi corazón. Carlos me comprende, me ama, es transigente conmigo, ya digo, pura dulzura y delicadeza.
Perdón, suena el teléfono.
- ¿Diga?
- Ah, hola amor, justo estaba pensando en ti, en lo que te quiero, de verdad, y en la buena suerte que he tenido al encontrarte.
- Pues si me quieres tanto, dentro de cinco minutos te recojo para ir al cine, tal como quedamos ayer. Pero sé puntual que ya sabes que en la puerta de tu casa no puedo parar el coche.
-Bueno, espera que te diga, es que estaba escribiendo y se me ha ido la olla,  aún no me he duchado ni vestido. Perdona amor.
- ¿Cómo? No me lo puedo creer, siempre eres igual. No soporto la impuntualidad. Si los de mi generación estamos en la proporción de siete mujeres por hombre ¿Por qué me habré fijado en ti???? Mira, ya casi llego tarde y tengo las entradas sacadas, mañana te llamo.
- Pero Carlos, no seas así, justo escribía que me aceptabas, que eras ideal… ¿Carlos, estás? ¿Estás? No me lo puedo creer, ya se ha ido.
De todas formas, me considero una persona con suerte… extraña, pero con suerte. Seguro que mañana se arrepiente de su enfado y me regala un ramo de rosas rojas, o no… ¿quién  lo sabe?






12

MERCHANDISING






Carlos no llamó al día siguiente y mucho menos me regaló el  soñado ramo de rosas aromáticas. Su enfado era monumental. Recuerdo que cuando empezamos nuestra relación él era mucho más transigente, pero claro, ya se sabe lo de la confianza.
            Tenía que buscar una excusa para acercarme a él y que me perdonara. ¡Ya está! Le llamo y le pido que me acompañe al supermercado. No es muy romántico, pero ahora con el disgusto no se me ocurre otra cosa.
            Quería enamorarlo otra vez y, como sé que le atraen las mujeres cultas, me llevé toda la tarde leyendo sobre merchandising, para luego sacar el tema cuando estuviéramos comprando.
            Después de escenificar repetidas veces la conversación telefónica posterior, me atreví a marcar su número.
- Hola Carlos
- ¿Quién es?, -respondió él-.
- ¿Cómo qué quien soy???? (esto no estaba en el guión que me había preparado, pero es que me puse algo nerviosa) Soy yo, tu novia, la que habla contigo cinco veces al día, ¿No te suena familiar mi voz?
- Bueno, ahora que caigo sí…
Estaba enfadado, era evidente.
- Mira es que te necesito. Esta frase sí la tenía preparada, me la dijo un psicólogo. Por lo visto a todos nos resulta muy placentero sentirnos útiles.
- ¿Qué te pasa?, su tono era ya mucho más cariñoso, lo notaba incluso a través de la línea telefónica.
- No es nada grave, no te asustes. Es que…, como tú tienes coche, me gustaría que me acompañaras al súper.
- ¿Cómo? No me lo puedo creer, ¿Al súper?, sabes que odio hacer compras.
Pensé que había metido la pata y que debía haber elaborado más la idea de la reconciliación, pero ya no me podía echar a atrás, había que improvisar…
- Bueno, al súper, a la playa, al campo, donde quieras, vamos…
- Pues si hoy estás tan sumisa, sin lugar a dudas prefiero un paseo por la playa, ¿hace?
- Claro que sí, me encantará.
- Pero, ¿ya estás preparada?
- Fíjate si he aprendido la lección que ya estoy en la puerta de casa y te llamo desde el móvil.
- Así me gusta mi niña, ahora paso a recogerte.
Me sentía feliz, Carlos había vuelto a mi vida, pero había perdido casi la tarde entera leyendo sobre marketing. En fin, la cultura no ocupa lugar.
Al rato ya íbamos los dos paseando, cogidos de la mano, por la orilla del mar. Como el diálogo es muy importante para la pareja, le dije:
- ¿Quieres que hablemos de lo que pasó el otro día?
- Anda déjalo, no merece la pena, vivamos el momento, respondió él.
Así es que aproveché para comentarle:
- Claro que sí, cómo se va a comparar un paseo por el mar, con comprar en unos grandes almacenes. Sabes, vivimos en una sociedad de consumo, tú crees que eliges el producto deseado, pero qué va, todos estamos manejados. Existen técnicas que nos influyen visualmente en la compra de nuestros productos: la fachada del establecimiento, la publicidad exterior y los escaparates. Por ejemplo: Si quieren que una perfumería tenga una imagen de selecta y exclusiva, ponen un sólo bote de perfume muy caro, rodeado de un ambiente lujoso y varios focos que centren la atención. Si por el contrario, desean dar a la perfumería una imagen de barata, ponen una gran cantidad de producto en una gran montaña desordenada y un gran cartel de oferta, “compra a menor precio”. Por no hablarte de las técnicas de los pasillos y de colocación de productos… ¿te suenan?
- ¿Y a ti te suena Neruda?
- Por supuesto. Yo soy una mujer culta, ¿no has comprobado lo que sé sobre técnicas de ventas?
- Pues sí, la verdad, que me he quedado asombrado, pero ahora escucha esto:
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca…”


13

CUADRATURA NATAL




Con el número trece me he acordado de mi vecina Rosa, la vidente. Desde que me predijo lo de Gerardo Sánchez casi no nos vemos, y me parece que todos merecemos una oportunidad; así es que esta tarde voy a tomar un café con ella.
            También influye que el otro día leí en una revista que, a nivel de tránsitos, tengo a Plutón en conjunción a la Luna, opuesto a Saturno y en cuadratura a Sol-Marte, reactivando mi T cuadrada natal, y que esto puede indicar fuertes cambios en todos los ámbitos. La verdad es que no vivo.
            Dejé la lavadora puesta y me acerqué sigilosamente a casa de Rosa; no quería que los míos lo supieran porque después dicen que estoy un poco loca.
- Hola Rosa, ¿qué tal?
- ¿Te contesto “muy bien” o te lo cuento?
- Bueno, di muy bien y así abreviamos, respondí yo.
- Por cierto, ¿cómo te va con Carlos Sánchez?
-  Estamos en ello; ya sabes, las relaciones son difíciles y más a estas edades en las que se exige tanto, pero nos queremos. Así es que va bien, pero mira, he venido porque por lo visto el Sol y Marte están reactivando mi cuadratura natal y se me avecinan grandes cambios, y a peor, que es lo malo. Estoy muy intrigada. ¿Tú sabes algo de eso?
- Bueno, la verdad es que saber, saber…, yo sólo te puedo echar las cartas del tarot de Marsella a ver si aparece algo.
- Pues venga, no te demores que tengo puesta la lavadora.
Rosa sacó un tapete de color lila y unos naipes manoseados que pertenecieron a su abuela, yo la observaba y seré lela, pero me estaba poniendo un poco nerviosa. Para que esta vez la predicción fuera más fiable, Rosa sacó un viejo libro en el que se explicaba el significado de las cartas.
            Y salió la primera que plasmaba el pasado: el Sol. Por lo que ella leía significaba que yo tenía una total confianza en mí misma, que estaba segura de mi poder y que mi energía y grandeza eran ilimitadas.
            La segunda carta era el presente y salió la Torre. Esta vez no era tan buena y simbolizaba fuego, truenos, rocas dentadas que caen y catástrofes. O sea, que ni las estructuras físicas ni las emocionales son permanentes ni estables, sino que se pueden destruir de forma repentina.
Estuve a punto de irme para mi casa, ¿Qué necesidad tendré yo de sufrir? Ella insistía: algo tremendo se está acercando, lo veo, lo intuyo.
Mientras escuchaba a Rosa, me daba la impresión de escuchar lejanamente algún jaleo en la escalera, pero yo estaba tan ensimismada que no prestaba atención a este ruido adicional.
De pronto los sonidos se hicieron patentes. Sirenas de ambulancia, policía y hasta bomberos. Pero, ¿Qué está pasando?
Ya está, se ha salido el agua de la lavadora, ha anegado el bloque y todos se están ahogando. Me sentía culpable.
Nos desalojaron a todos y, ya en la calle, comentando lo sucedido me informaron de que se trataba del vecino del quinto. El pobre se quería suicidar y no se le ocurrió otra cosa que morir asfixiado por los gases que emanaban de una bombona de butano. Le salió mal la jugada y la bombona explotó antes de su pretendido suicidio, por lo cual los bomberos fueron alertados y le rescataron.
Para los religiosos el suicidio es un pecado, para los psiquiatras el suicida se halla desconectado de la realidad y de lo que pasa en su entorno, sufre alucinaciones y tiene ideas ilógicas no aceptadas por los demás.
 Los filósofos dicen que se produce en personas que sienten un vacío en su existencia.
 Lo más curioso es que años atrás, las leyes castigaban el suicidio. La pena recaía sobre los herederos del suicida, a quienes se les privaba de la herencia de éste. En otras oportunidades, la pena recaía sobre el propio cadáver del suicida: se lo colgaba de una horca, se lo dejaba sin sepultura, se le amputaban miembros, etc. Menos mal que en la actualidad, el suicidio (tentado o consumado) no constituye delito, de modo que no hay pena para el suicida ni para sus sucesores.
Yo particularmente no me meto en la vida y milagros de mi vecino; no sé si será un pecador, psicópata o delincuente, pero lo cierto es que para todo hay que tener clase. Digo yo, tú te quieres suicidar, pues eres libre, te tomas unas pastillas, te ahogas en el mar o, ¿Quién no tiene a mano un cuchillo de cocina?
Esto que nos ha pasado es horrible, y es que no hay derecho. La fachada se ha visto tan afectada que nos ponen una cuota extra para arreglar hasta estructura y todo. Con la ruina que tengo encima…
Hasta aquí parece que ya nada puede superar a la experiencia vivida. Será por coquetería, pero lo peor de todo estaba aún por llegar: he salido en la televisión local y en la primera página del periódico con una pinta de marujona terrible. ¿Por qué no tiraría esa bata de lunares desteñidos? Lo dicho, cuando nos desalojaron y me encontraba en plena calle charlando de lo sucedido con mis vecinos, me di cuenta de la pinta que tenía: ojerosa, despeinada, con la dichosa bata y rodeada de curiosos. ¿Quién me iba a decir, cuando fui a casa de Rosa a tomar café, que mi minuto de gloria en los medios de comunicación estaba por llegar?
No recuerdo bien, pero creo que me dio uno de esos modernos ataques de ansiedad. Un médico de la Cruz Roja que se percató de mi estado nervioso, se acercó apresuradamente hacia mí. Al poco tiempo me vi dentro de una ambulancia y a la vez que intentaban ponerme una inyección intravenosa, me hacían fotos y hasta una entrevista. En el fondo creo que pensaron que yo era la suicida frustrada. Lo tengo claro, si alguna vez intento suicidarme, voy a la peluquería y me compro un modelito que sea favorecedor.
A pesar de todo este follón Rosa ni se inmutó, ella a lo suyo, en la inopia, por lo visto querrá dedicarse en exclusiva a la astrología porque sólo le oí comentar: “Fíjate, al menos esta vez he acertado al predecir el presente, ¿te dije que caerían rocas dentadas?”







14

TE LO VOY A CONTAR




         Juan era alto, desgarbado y antropólogo. Me dio clases de Historia cuando yo era adolescente; mejor dicho, me dio clases de Prehistoria, porque se enrollaba tanto haciéndonos memorizar aquello del homo erectus, homo sapiens y las edades de variados metales, que, acababa el curso y nunca llegaba a la II Guerra Mundial.
Sobre la Prehistoria me transmitió unas ideas muy avanzadas. Decía que es un engaño eso de que el hombre cazaba y la mujer se quedaba en la cueva estirando pieles y cuidando de los hijos. Por lo visto desde el principio de los tiempos la contribución de hombres y mujeres fue por igual.
            Por otra parte recuerdo a Don Ricardo, de mirada penetrante, fue mi profesor de Religión. Él insistía en que hay una vocación propia de la mujer para cuidar y alimentar a la familia.
            Pues sepan ustedes señores profesores una cosa: yo no me considero cazadora, recolectora, con responsabilidad reproductiva y tampoco con una particular facilidad para alimentar a los demás. ¿No dicen que los refranes reflejan la realidad? Pues a aplicarnos el cuento de: “Yo me lo guiso y yo me lo como”.
Conclusión: que estoy harta de hacer la compra y de guisar. Aquí todo dios habla del papel del hombre y de la mujer, pero… ¿Y el papel de los hijos? ¿Quién se atreve a comentar algo respecto a estos pobres hijos, tan traumatizados e infelices del siglo XXI?
Cuando nacen en vez de un vestidito de primera postura, deberíamos regalarles una cartilla en la Caja de Ahorros para que, tarde o temprano, paguen al psicólogo, que les ayude a desahogarse y confesar el secreto que vociferan a diario: “qué mal vivo, si no me querías ¿por qué me has tenido?”.
Al oír estos comentarios, los sufridos padres callamos, porque si nos liamos de bronca llegan tarde al instituto y esta semana ya van tres veces. Te limitas a ponerles por delante el cola-cao y las galletas. Cuando por fin se van, piensas: “Vaya usted con Dios”, que diría Don Ricardo.
Aquí nadie ayuda, oiga… te lo voy a  contar:
Todo el aporte familiar consiste en apuntar en la lista de la compra: bollicao, galletas de chocolate o algo similar. Cuando estás comprando borras mentalmente estos apuntes y recuerdas lo de la dieta mediterránea.
¡Vamos! Lo que me faltaba, que ahora se les dispare el colesterol malo y tenga que llevarlos una vez a la semana al médico.
Todo esto se lo estaba contando a Carlos, tan desesperada, que fue la primera vez que le oí decir:
- Si quieres dejo mi piso alquilado y voy a vivir a tu casa. Entre los dos seguro que podemos hacerlo todo y así no te agobiarías.
Algo que, en determinadas circunstancias podría resultar tan bonito, en este caso estaba totalmente fuera de contexto:
- Te quiero mucho, Carlangas, pero sabes que, por ahora, eso es imposible; sólo me faltaba oír comentarios como: “Tu novio se está duchando en mi cuarto de baño y yo tengo mucha prisa” o “Dile, por favor, que no se meta en mi vida”. Sería un error.
- Lo sabía, pero quería animarte. Venga, cambiemos de planes y elaboremos un cuadrante en el que queden bien claras las funciones de cada uno.
- Eres un solete, cielo. Te prometo que cuando sea más mayor te pongo a ti el café y la tostada con aceite y tomate.
- Bueno, o yo a ti. Ya sabes, vamos a compartirlo todo.
- Carlos..., al oirte “me estoy poniendo”. Anda, dejemos el cuadrante y hagamos algo más placentero.
Cuando empezó a besarme se me paró el tiempo y me vi vestida de Neanderthal o de Cro-Magnon, que siempre me equivoco. Metida en una cueva, que seguro sería la de Altamira porque a lo lejos visualizaba animales grabados o pintados en negro como bisontes, caballos, cabras y ciervos. Pero como estaba tan a gusto, me dije, es la Gruta de las Maravillas de Huelva.
      Mi intención era comentarle lo que estaba escenificando en mi cabeza, pero recordé que me tenía prohibido que hablara mientras lo hacíamos.





15

MI HIJA ESTRELLA SE ESTÁ DESENAMORANDO





“Mira hija, se puede vivir intensamente, vivir en Soria o vivir en barbecho, pero siempre se vive. Dejamos al azar nuestra felicidad, nos dejamos influir demasiado por factores externos sin hacer caso a los grandes sabios histólogos”.
Con esta frase quería entablar una conversación con mi demacrada hija Estrella pero ella, al oírla, se echó a llorar, ¡pobre mía, se estaba desenamorando!
Yo sabía lo que le pasaba, clarísimo… su organismo segregaba poca endorfina. ¿Pero cómo explicárselo?
- ¿Te apetece un paseo y así hablamos, Estrella?
- No mamá, gracias, pero prefiero estar en el sofá tumbada un rato. La verdad es que no tengo ganas de vivir…
- Pues no cambies de postura y cierra los ojos que te voy a contar algo.
- Mamá, por favor, que estoy triste, déjame, anda.
- Que no, escucha: ¿A qué resulta paradójico que aragoneses y navarros estén enfrentados por un pueblo con 52 habitantes?
- Porfi, mamá, déjame en paz.
- Sabes, en dicho lugar nació hace 150 años un chico, al que llamaron Santiago y que, al morir en Madrid, contaba en su haber con siete hijos y un Nobel. Ramón, de apellido, se dedicaba en su horario laboral a descubrir las neuronas y en los de ocio a hacer fotografías, escribir y dibujar.
- ¿Ramón? ¿Quién es Ramón?
- Ramón, no hija, se llamaba Santiago, pero ha pasado a la historia por sus apellidos, que eran Ramón y Cajal. ¡Jo, la ESO definitivamente no ha funcionado!, pensé.
- Bueno, vale, he entendido Santiago Ramón, seamos europeos y quitemos el segundo apellido ¿Ese qué era entonces, un Nobel de Literatura?
- ¡Te voy a dar literatura…! De Medicina, hija, que ahora tengo yo bajo el nivel de endorfina.
- Sólo me faltaba eso, encuentro a mi novio con otra y mi madre se enrolla con un tal Ramón.
Ante la adversidad me crecí, sabía que dialogar con adolescentes era ingrato:                                                            
- Sigo. Ramón y Cajal (para entendernos) descubrió “la neurona”. Dijo que, la mayoría de las veces, cuando las neuronas se relacionan entre si, se libera unas sustancias químicas, llamadas  neurotransmisores. ¿A quién no le suena la adrenalina, la dopamina o… las endorfinas?
- A mí, por ejemplo, no me suenan de nada y… perdona mamá. Bueno, ahora que caigo eso del dopping, me suena a algo. A deportes, ¿no?
- ¿Ves cómo te suena? Algo va de deportes, pero lo importante es que nosotros pensamos que toda nuestra vida depende de lo que hagan los demás y resulta que toda la fábrica de sensaciones la tenemos dentro, en nuestros neurotransmisores. Hay gente que se arruina comprando drogas.
- ¿Drogas? Eso me va sonando más, sigue, mamá.
- ¿Y tú qué sabes de drogas? Mira que cambio de tema y te echo la bronca…
- Que no mamá, yo sólo sé de drogas eso del alcohol que tomáis los mayores y que os hace tener la cara tan colorada.
- Vale. Pues mira Estrella, nosotros fabricamos una droga natural, gratis y sin efectos secundarios, llamada endorfina que produce placer, euforia y felicidad. Si algo te resulta placentero, segregas endorfinas. Pero claro como te gusta, quieres repetirlo, por ejemplo hacer el amor.
- No des en el clavo, buabua.
- Pero hija mía, ¿tú has hecho ya el amor? Si eres muy chica…
- Que no mamá; sigue y termina tu rollo, anda.
- En plan telegrama: si algo es agradable, endorfina, felicidad y repetir. Si algo es desagradable, no endorfina, tristeza y no repetir. Así es que, cuando encuentre a mi novio con otra, le diré educadamente: Lo siento, es que dejo de producir endorfinas y me pongo triste. Es mejor que dejemos esta conversación pendiente para mañana. ¿Ves qué fácil?
- Muy interesante, al fin reaccionó Estrella, ¿entonces qué sugieres que haga ahora, mamá?
- Pues haz un poco de todo lo que sube el dichoso nivel de endorfina. De momento te comes un poco de chocolate y después das una carrera corriendo por el parque. Dicen que los deportistas sienten la  sensación de ir como flotando cuando realizan un ejercicio superior al normal, y todo por lo mismo.
- Creo que empezaré por comerme un trocito de chocolate, me resulta más cómodo y después daré un paseo con mis amigas a ver si me espabilo.
- Así es que ya sabes, recuerda: “La felicidad que tanto buscamos está dentro de nosotros”. El buen humor prolonga la vida. Chaplin murió a los 88 años; Marx a los 86; y no Carlos, sino Groucho Marx, por supuesto.


                                                              





16

ME PONGO EN TUS ZAPATOS





Y aquí me veo poniéndome un ratito en los zapatos de los demás a ver si así consigo esa madurez serena que me haga ser más comprensiva.
De las experiencias vividas, la que es digna de destacar, en primer lugar es el día que metí mi pie en los mocasines negros de mi vecino, que iban acompañados de calcetines blancos. Me sentía entre un guardia civil y Michael Jackson. Así es que me dije: pues ya puesta también me pondré tupé, brillantina y camiseta. La media hora se me hizo interminable, pero como a todo se acostumbra una, ya me estaba hasta notando un cierto acento inglés, por lo de West Side Story.
Cuando quise entender mejor a mi hija Elena, me calcé sus taconazos. Sólo se me ocurrió pensar sobre la polémica entre la estética y la traumatología. Y en mi afán complaciente me dije: “Fíjate, se eleva tanto que casi podría tocar el cielo con sus manos”.
Cansada me quedé con los deportivos de Pedro porque tuve que jugar un partido de futbito y, aunque me pusieron de portera, la verdad es que terminé agotada. Ahora comprendo el hambre que tiene el pobre chico cuando llega a merendar.
Con los zapatos de Carlos me fui a un museo y al cine. Lo positivo es que maté dos pájaros de un tiro, porque en el afán de culturizarnos fuimos de un lugar a otro andando y deprisa, con lo cual también cumplí con el objetivo de esa hora de ejercicio al día.
Guerra interna se me planteó con las botas de Toñi, la ex de Carlos. Eran Gucci, de última colección. Según indagué con el 20% de rebaja le habían costado 500 €. Tuve que reconocer su estética, aunque claro, fallaba un poco en su concepto de la economía y el sentido común.
Lo de los simpáticos, agresivos y simbólicos zapatos de “chúpame la punta” quedó fantásticamente plasmado en “Las mil y una noches de Hortensia Romero” de Fernando Quiñones, pero le he prometido a  Carlos que, cuando rebaje estos kilos que me sobran, le montaré un numerito erótico.
Desde que practico la terapia de calzar zapatos ajenos, ¡qué cambio ha dado mi vida! Dicen que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar y muy difícil de explicar.
Pues yo lo expongo en cuatro frases:
- Estoy convencida de que debemos aceptar a la gente tal como es. La gente no cambia simplemente porque nosotros lo queramos.
- Si una persona dice algo con lo que no estamos de acuerdo, le diremos lo que pensamos de una manera sutil, clara, pero no hiriente. El que no estemos de acuerdo no quiere decir que tengamos la razón; sólo que opinamos diferente.
- Aprendamos a respetar los sentimientos de los demás, a escuchar la opinión de los otros sin esperar que siempre sea de la manera que queremos o que esperamos.
- Después de todo, el mundo seria muy aburrido si todos pensáramos de la misma forma.
Con el fin de que todos se vean beneficiados por esta terapia he creado la ACZA (Asociación  de Calzadores de Zapatos Ajenos), que ya sé que suena como a Aznar o Agag, pero nada que ver con la política.                                                           
Yo no soporto, ni acepto, es más detesto a Aznar y su séquito de fachas, incluido Fraga (curiosamente también con dos aes). Perdonad mi tono hiriente, pero es que me enrabio. ¿El mundo aburrido sin gente como Aznar? ¡Anda ya!
Bueno…como no desisto de mis propósitos, aquí me veo calzando unos castellanos y calcetines ejecutivos, me he puesto un bigote que venden en días de carnavales, y la verdad es que por ahora me siento ridícula, más o menos me parezco a Chaplin en “El gran dictador”.
Lo peor de todo es que con casi total seguridad mañana me tocará los zapatos de Zapatero, vaya redundancia.
¿Pero quién me mandará a mí meterme en estos berenjenales? ¿Para qué quiero ser presidenta de una asociación cuyas siglas son similares a los apellidos de estos políticos?
Me acojo a lo que dijo Apeles (que no el cura), sino un pintor célebre de la antigüedad. Según el testimonio de los historiadores, en cierta oportunidad, Apeles había expuesto el retrato de una persona importante de su ciudad y un zapatero que pasaba por el lugar, observó que a un zapato le faltaba un ojal. El pintor remedió la falta en tono divertido. Pero el zapatero, animado, extendió su crítica a la pierna de la figura representada, a lo que el ilustre artista le respondió: “zapatero, a tus zapatos”, o mejor dicho: "ne supra crepidam sutor iudicet”, porque el tal Apeles era griego aunque las frases impactantes las dijera en latín.
Así que yo a partir de ahora pasaré de juzgar asuntos ajenos y me limitaré a opinar sobre mis sandalias.





17

INFIDELIDAD MENTAL







- ¿Se han originado en tu vida una serie de cambios que te han producido una turbulencia emocional y psicológica?
a) sí
b) no
- ¿Se ha roto tu orden interno?
a) sí
b) no
- ¿Las nuevas alternativas te llenan de temor y desconfianza?
a) sí
b) no
Ahora sume sus respuestas. Si el resultado del test ha sido:
* Un “sí”: No se preocupe, sólo es una mala racha.
* Dos “síes”: Significa una relativa inestabilidad.
* Tres “síes”: Está en crisis.
Así me enteré de que estaba en plena crisis y sólo con responder a tres preguntas.
 El motivo de esta turbulencia emocional y desorden psíquico, con temor y desconfianza incluidos, es que hoy he recibido otra carta, la verdad es que su lectura me alegra el día, pero en mi interior creo que estoy siendo infiel a Carlos. ¿Qué pensará él de todo esto?
Os cuento: Su nombre es Antonio, aunque nació en el norte, vive en la Costa del Sol y trabaja en una empresa de base de datos. Según él, un día en un ataque de aburrimiento, decidió escribir a la primera dirección que encontrara. Y, justo, era la mía.
Ni siquiera le conozco en persona. Nos limitamos a mantener una correspondencia clandestina que me aporta la originalidad y el morbo que le faltan a Carlos. Ese es mi secreto.
Toda la gente que me rodea cree que soy transparente. Bueno, en general sí lo soy, pero lo de estas cartas, aún dándome morbo, me tiene preocupada. ¿Se puede ser infiel si ni siquiera se conoce a la persona en cuestión? ¿Existe la infidelidad mental?
Después de leer cada carta, la destruyo y pasa a formar parte de mi deteriorada memoria, pero ésta es la más extraña y por eso la transcribo.
¡Ahí va!, ustedes juzguen.
“Querida Tula:
Pronto abandonarré muy a mi pesar la encantadora tierra que me acogió durante este tiempo. La misión que me trajo hasta Espania está pronta a su fin y volverré a la fría Novgorov, de donde procedo.
Para empezar te dirré que mi nombre no es Antonio sino Vladimir Ulianov y que pasé mi juventud en Ekatetinburg, en la escuela para niños prodigio en ajedrez y montaje de bolígrafos de cinco colores. También se me daba bien la fabricación de matruskas, esas muñecas que van unas dentro de otras, sin razón aparente. Pero esa es otra historria.
Algunos de nosotros recibíamos una instrucción que potenciaba nuestras habilidades naturales, otros, entre los que me encuentro, nos dejaban hacerr bulto, como para despistarr. Son muy astutos.
Como digo, mientras algunos se rreunían con los hombres de la bata blanca, otros jugábamos todo el día en el patio del internado. Al final del día no todos volvían, dadas las bajas temperaturas algunos se quedaban y ya no jugaban más. Eso, nos dijeron, era selección natural, pero ahora en la distancia a mi me parece más bien una krasiova, o sea, una putada.
Sea como fuerre yo fui pasando cursos y acostumbrándome a la sopa de boniato y a los filetes rusos, que pese a su nombre son de origen polaco.
Un día nos hicieron formar en el patio, del que ya habían rretirado a casi todos los caídos por la madre Rusia, y en una ceremonia corta y emotiva toda vez que eran las 6 de la mañana y vestíamos pijama rreglamentario, nos dierron nuestros diplomas acreditativos como suplentes del cuerpo diplomático, aunque la mayorría agradecimos más el cuartelillo de vodka que lo acompañaba.
Una lata de betún que en rrealidad es un radiotransmisor, un paquete de cigarrillos que en rrealidad es una cámarra de fotos, un parrker que en rrealidad es una pistola, un reloj que en rrealidad es una mierrda de reloj. Ese era todo mi equipaje, además de un inmenso patriotismo que me decidía a no decepcionar a mis superiores.
Y aquí me tienes en la Costa del Sol, entre boquerones y molletes, esperrando aún a mi contacto.
Las instrucciones eran claras: esperar la contraseña “me gustan los paseos por la playa y las balalaikas”.
A mucha gente les gustan los paseos por la playa pero aquí en Espania veo poco amor por las balalaikas, así que me decidí a contactar con muchachas, más que nada por matar el tiempo. Y así te conocí y mi frío corazón estepeño empezó a fundirse como la estación de Chernobyl.
Pero el deberr me reclama y aunque peligra mi vida rrevelándote mi identidad, no puedo evitarlo, el vodka me da valorr, me hace perder el miedo, las llaves y los microfilms.
Tula, espero conocerte en persona antes de las navidades si es que por entonces los lobos no andan atarreados con mis tobillos.
Tuyo que lo es, Antonio alias Vladimir U.”
La verdad es que la que se derrritió al recibir este escrito fui yo, me dieron ganas de correr hasta la Costa del Sol y encontrarme con mi original e imaginativo espía, pero pensé: “¿Dónde vas, boba?” Seguro que es una carta de “copiar y pegar”, se la habrá mandado a todas sus amigas invisibles, para ver quién pica y se apunta a esas vacaciones navideñas.
Como me sentía culpable mental, opté por hacer un viaje, pero con Carlos. Se quedó estupefacto cuando le dije que le invitaba una semana, con todos los gastos pagados, al lugar que escogiera. ¡Cualquier sitio menos Rusia!
Así que aquí estoy esperando que se estudie el globo terráqueo y visite todas las agencias de viajes, para elegir el destino ideal y al mejor precio.
El hecho de ser una mujer moderna y presidenta de ACZA (Asociación  de Calzadores de Zapatos Ajenos), hace que me ponga en la situación de la otra persona afectada. Supongamos que una tipa le escribe con acento ruso a mi novio, ¿qué haría yo?
¡Uf! Pues yo…, casi sin dudarlo, seguro que le pagaría un viaje de ida, en un cohete espacial, a Novgorov. Debo seguir practicando, ¿para qué crearía esa asociación de marras?





18

EL REY BALTASAR NO ERA NEGRO







El rey Baltasar no era ni rey, ni negro y quizás, ni Baltasar. Así dicho suena duro, lo sé.
Carlos ya estaba informado –dado su bagaje cultural-, pero yo me enteré en nuestro viaje a Turquía.
Exacto, después de una desaforada búsqueda, mi pareja decidió que el destino idílico sería una maravillosa y caótica ciudad llamada Estambul.
Ya en el avión, vuelo charter, observaba cómo Carlos se revolvía en su asiento y todo debido a la longitud de sus piernas. Cuatro horas de lado debe ser incómodo. Él no se quejaba porque, desde que nos dieron la tarjeta de embarque, se entretenía empapándose de una guía histórica, de ocio y gastronómica de unas quinientas páginas, y al menos la mitad las tenía ya subrayadas de colores fosforescentes: naranja, amarillo y fucsia –como estas confesiones-. Lo sabía todo y además se había dado un repasito al inglés. Estaba tan ensimismado que no pronunció palabra en las más de cuatro horas que duró el trayecto. ¡Qué primor de hombre!
Yo, mientras tanto, intentaba comunicarme con una azafata turca, que no era ni alta, ni rubia, ni sabía una palabra de español… ¡cómo ha cambiado todo! Sólo hablaba en inglés, pero yo creo que algo torpe sí que era, porque cuando me dijo: “tea or coffee” y yo le respondí  “café”, pues va y no me entiende. Tuvo que salir Carlos en mi defensa y decirle: “She wants coffee”, entonces ella con una sonrisa fingida y en una taza de plástico, me sirvió un café intomable. Pero, en el fondo, hasta me dio lástima, porque estar tan preparada y terminar de camarera aunque sea aerodinámica, debe ser duro.
Cuando llegamos al aeropuerto nos recogió una agradable mujer que portaba el típico letrero “Iberojet” que corresponde al mayorista que suministró la semana añorada a nuestra agencia de viajes. Seré tonta, pero no me esperaba que una turca llevara el pelo amarillo combinado con un abrigo rojo y que dominara tan bien el castellano.
El hotel de cuatro estrellas no llegaba a dos y media, pero estaba limpio. Allí todos hablaban en turco y en inglés, con lo cual me propuse recordar eso de: Good morning o How much?, pero en andaluinglish, es decir: gud mornin o jauma… con esta pronunciación es obvio que me entendían mejor en español gesticulado. Me consolé pensando que en mi cartera portaba liras turcas antiguas, liras nuevas, dólares y euros. En estas circunstancias, ¿para qué me hacía falta el inglés?
Mientras visitábamos todos los lugares de interés, me iba fijando en la gente, en sus costumbres. Te ibas cruzando, según el barrio en el que te movieras, con mujeres vestidas con burkas (según me dijeron debajo de la túnica llevan ropa hasta de firma), otras en vaqueros y pañuelo, y las más modernas ataviadas con colores llamativos, pero con un detalle común: nunca mostraban su trasero. Sus jerséis, gabardinas o rebecas siempre llegaban como mínimo a medio muslo.
Los hombres, de ojos oscuros y penetrantes, te comen con la vista –no menos que los españoles- las partes más femeninas de tu cuerpo. Carlos también mira, pero de reojo, ya dije que era muy educado.
Población paradójica donde las haya. La mayoría es musulmana y unas cinco veces cada día se oye por toda la ciudad la llamada al rezo, pero si dicha llamada les coge vendiéndote un bolso falsificado de Chanel, te aseguro que ni se inmutan, siguen regateando como si estuvieran oyendo una canción del Bisbal.
Unos quieren ser europeos, -el 5% de su suelo está en este continente-, y hacen grandes esfuerzos por conciliar el Islam con Occidente; otros, normalmente hacinados en barrios deprimidos, constituyen la población islámica más radical.
Recorriendo sus calles te puedes encontrar de todo: vendedores ambulantes, limpiabotas y curiosamente incluso, por poco dinero, te puedes pesar en una báscula de baño. Existen calles especializadas en la venta de un artículo concreto: objetos de plástico o lámparas, pero la que más me sorprendió fue una llena de comercios que ofrecían trajes de novia. Sus escaparates, casi siempre, en el primer piso, parecían una fiesta de disfraces.
Comer en la ciudad no supone ningún problema, casi en cada esquina te encuentras los locales de Kebabs (o Kebaps, no recuerdo ahora), donde te presentan carne en una asadera y van cortando los bordes. Puedes acompañarlo con un delicioso zumo de naranjas y mucha verdura, tomate y pepino que aún conservan sus sabores tradicionales. También hay unas casas de comidas donde no sirven alcohol, pero como te vean entrar con pinta de españoles, ya se están largando a la tienda de la esquina a comprar unos botellines de cerveza, ¿por qué será? Qué mal lo pasaba Carlos cuando veía aparecer al camarero con mis dos cervezas, él como es de la liga antialcohólica… un primor, ya digo.
Casi la mejor tarde que pasamos allí fue cuando tomamos un baño turco. Lástima que nos separaran a hombres y mujeres. Me gustó mucho más que la sauna, porque aunque sudé bastante, la sensación de calor es más reconfortante. El masaje y el peeling posterior me lo dio una turca cuyas tetas le llegaban hasta la barriga. A pesar de eso se le veía en el estómago una cicatriz de unos veinte centímetros. Daba como miedo, la verdad. Había tanta española sobre el caliente mármol que terminamos cantando “Dale a tu cuerpo alegría Macarena”.
Me quedan las dos tes: taxi y té. Sobre el té todo son elogios, pero los taxistas acabaron con mi paciencia. De entrada tienen taxímetro, pero claro, en vez de llevarte siguiendo la ruta normal, se dedican a hacer una visita turística por toda la ciudad antes de dejarte en tu destino, y mira que yo protestaba, pero nada, se hacían los suecos o mejor dicho, los turcos.
Santa Sofía, la Mezquita Azul, la Cisterna, el Gran Bazar… cristianismo, islamismo, ¿qué más da?, son unas maravillas; pero fue precisamente en la Iglesia de San Salvador de Chora, transformada posteriormente en mezquita, donde me enteré del cotilleo sobre Baltasar. En unos mosaicos aparecen la Virgen, Jesús, los apóstoles, los ángeles y… los Reyes Magos.
Los referidos mosaicos estaban algo o muy deteriorados, normal después de tantos siglos, tantas manos de cal y tantos turistas llevándose piedrecillas de recuerdo.
Por lo visto, la primera vez que se mencionó a estos magos, que no reyes, fue en el Evangelio según San Mateo, texto bíblico, nada que ver con la película de Pier Paolo Pasolini. Mateo cuenta que unos magos, siguiendo una estrella, se colaron en Jerusalén para conocer a un niño pequeño. Llegado este punto siempre me acuerdo de la genial versión de la Vida de Brian y me entra la risa. Pero sigo.
Desde Mateo hasta nuestros días, ha pasado de todo. En cuanto al número, en el siglo III se les representaba como dos, en el siglo IV, como cuatro, en la iglesia siria se defendió la docena y para la iglesia copta (de Egipto) eran sesenta.
Por otra parte, al principio eran Magos de Oriente (astrólogos o algo así), pero como sonaba a prácticas de hechicería se les cambió a Reyes de Oriente y finalmente quedaron en Reyes Magos. Si lío hubo por el número y nombres, lo peor fue el color. Primero todos fueron blancos, pero –en el siglo XV- se percataron de que si se le quería dar un carácter más universal, en el mundo había más razas, así es que se acordaron de que según el Antiguo Testamento los tres hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet) representaban a las tres razas que poblaban la tierra. A Melchor le tocó Europa y Jafet, a Gaspar, Asia y Sem, y por arte de magia Baltasar pasó a ser negro, porque le asignaron África y Cam. Así de simple. Si de algo me alegro es de que a los americanos, esta vez,  hubo que ignorarlos. Se podían haber inventado otro rey, pero afortunadamente ya era demasiado tarde para que Noé tuviera más hijos. 






19

¿SERÁ POSIBLE?






Estoy indignada, dolida, enfadada, herida, estoy en una palabra: cabreada. Si todos ahora esperáis que diga que cabrear significa “meter ganado cabrío en un terreno”… vais listos. Yo escribo en plan coloquial, así es que en este caso hago referencia a “enfadada, malhumorada o recelosa”, y ya no me enrollo más.
En la primera página de estas confesiones tengo pintado un círculo rojo con el dibujo de un hombre que parece que anda y una raya que lo cruza, o sea, a todas luces quiere decir: “Prohibido el paso a toda persona ajena a esta obra”. Pero la sana costumbre de respetar las cosas de los demás no existe en este país, y cuál sería mi sorpresa cuando me he encontrado, entre mis papeles personales y secretos, la siguiente carta de Carlos (de su puño y letra).

“Querida mía:
He intentado infructuosamente que abrieran por lo civil o por lo militar la tienda de cuadros de debajo de mi casa. Sin éxito, ya digo. La nunca bien ponderada policía tampoco atendió a razones, mucho más preocupados por las patadas que, con cariño eso sí, yo le arreaba a su coche patrulla que por ponerse en mi lugar de ciudadano. ¡Era una urgencia en toda regla!
Tampoco ayudó mucho el ladrillo que me encontraron en el bolsillo trasero del pantalón. Yo le decía: “Pero señor agente, es que he leído unas Confesiones Fucsias que hay que enmarcar sin demora”. Y ellos anotando en su agenda de desperfectos.
Decía yo: “Hay que hacerlo circular por las escuelas, por las asociaciones de madres agotadas y por las academias de reinserción social.”.
Le juro agente que hay que hacer una película y luego la serie para la tele, hay que radiarlo en Radio Nacional y en RadioOlé. De sus líneas saldrá la letra del nuevo himno nacional y que lo cante Rosa.
Hay que darle el Planeta a la autora y perseguir con toda la dureza de la ley a los plagiadores y no a mí que estoy protegiendo el acervo cultural de este país de tronchos.
Gertrudis, t´estimo molt, sobre todo ahora que en la prisión de Alahurín, donde gentilmente me ha depositado la autoridad, hay unos señores con cicatrices en la cara que sólo hacen mandarme besitos..
Espero que te guste esta carta y que cuando tengas un rato me mandes una lija del 12.
Suena un pito. Apagan la luz. Y yo sin abogado. Ay la ostia…
Carlos”
Pero, ¿Será posible?, ¿Es que a todo el mundo le ha dado por escribirme en plan jeroglíficos egipcios?
O yo soy muy torpe o la gente alucina redactando. Primero mi espía ruso y ahora Carlos creo que me quiere decir que, como la tienda de cuadros estaba cerrada y quería enmarcar mis confesiones, cogió un ladrillo para romper el escaparate y se lo llevó la policía creyendo que iba a robar, o algo así. ¡Vaya lío!
Mi estado de perplejidad no impedía que pensara, o sea: mi novio-compañero-amante había rebuscado entre mis escritos y, sin pensárselo dos veces, había atentado gravemente contra mi intimidad.
Por otra parte, la expresión: “Ay la ostia” no la veo yo muy andaluza. Esa redacción tan rocambolesca e ingeniosa no me pega nada de Carlos.
Evidentemente querrá impresionarme, su pretensión será que cuando lea la carta ponga la misma cara que la que puse al leer la de mi amigo. De todas formas estos métodos nunca me los hubiera esperado de él.
Pero, dato importante, si ha leído las notas por mí escritas, se habrá enterado del morbo que me produce mi amigo invisible. ¡Qué problema se me avecina!
Creo que fue Napoleón el que dijo: “La mejor defensa es un buen ataque”, así es que voy a tramar un plan: haré como que no la he leído, le comentaré que he estado muy ocupada estos días y así pensará que no he tenido tiempo para escribir. Mientras tanto, esperaré su reacción. Si tiene confianza en mí y es sincero, deberá confesar.
Ahora le toca mover ficha a él, aunque por lo mucho que le conozco, seguro que se siente culpable y no sabe cómo reconocer su error.

En el fondo me da lástima.                            






20

ME PRESENTO





Me llamo Carlos Sánchez Carvajal. Por fin soy adulto (o casi), cumplí 47 años en enero, el mismo día que el príncipe Felipe, una circunstancia ésta que desgraciadamente no desgrava.
Aunque parezca que genéticamente venía predispuesto a ser un jamonero adinerado, yo siempre había soñado con ser bolerista de hotel, porque tengo entendido que provoca en el auditorio venusiano una inclinación lateral de cabeza acompañada de una caída de párpados de lo más subyugante.
Pues no. El Señor, de existir, cosa no muy clara todavía, no me quiso ni jamonero ni subyugador, así es que, por llevar un poco la contraria, me hice biólogo y ecologista practicante.
Fui soltero desde que nací hasta que me casé con Toñi, con la que tuve dos hijos sanos, atléticos y juerguistas. En los dos primeros detalles salieron a mí, y en el tercero a su madre.
Soy de carácter tranquilo. Nunca me ha gustado trasnochar. Lo que verdaderamente me hace feliz es estar en contacto con la naturaleza, dar paseos por la sierra y observar la diversidad de fauna que se da en cada lugar.
 Mi única debilidad es ver los partidos de fútbol televisados. Reconozco que conduciendo y viendo partidos me cambia la personalidad y el vocabulario, rozando un poco la ordinariez.  Raro donde los haya, lo sé.
Me descasé, según los abogados por incompatibilidad de caracteres, hace algún tiempo. Sabía que no se debe ir con el piloto automático, con el corazón adormecido y el cerebelo reblandecido por  pasadas frustraciones, así es que me decidí a salir una noche.
Acepté, porque se lo debía a mis fieles amigos, aún a sabiendas de que alrededor de las doce ya me entraría sueño. Exactamente ese mismo día me había desplazado a la finca  Hato Ratón para  conocer a “Tenazas” un joven lince ibérico. Por cierto a la hora de escribir estas líneas el citado lince ha muerto atropellado en la cada vez más concurrida carretera entre el Rocío y Matalascañas (Huelva).
Le cena fue bien, me gustó el pescado. Sirvieron un vino blanco muy afamado de una comarca local, aunque alguien alegaba que el mejor blanco es un tinto. En fin, yo no participé de la conversación porque pertenezco al 13% de españoles que reconoce no haber consumido bebidas alcohólicas en su vida. Animado por todos, esa noche hice una excepción.
Observé cómo una mujer, a la que conocí en la cena, me miraba fijamente, así que yo también la miraba. No era fea, más bien gordita y no muy alta. No se limitaba como los taxistas y los habitantes de los ascensores a hablar del clima, su conversación resultaba distendida y chispeante.
No pude negarme a la copa posterior. Pensé que iríamos a un pub tranquilo donde mantener una conversación relajada, pero me vi inmerso en un tumulto con una música de fondo a tantos decibelios que superaba con creces los límites permitidos.
Aún no me explico cómo pude terminar en urgencias. Era la primera vez en mi vida que había hecho una locura semejante.
Desde que conocí a Tula (bueno, su verdadero nombre es Gertrudis, pero al no resultarle sonoro, ella misma se asignó esta variante), mi vida ha cambiado mucho. Puedo decir sin pudor que la quiero y que estoy enamorado de ella, pero desde luego existen muchos matices en su vida y carácter que me son difíciles de aceptar.
Si digo que “todo gira en torno a ella” quizás sería injusto y no es ésa mi intención. Ella bebe, fuma, trasnocha y aconseja a los demás. Antes me preguntaba si valía la pena esa relación, ahora ya no.
A veces le digo: “Vamos al campo y respiramos aire puro”, ella, con una sonrisa en los labios, responde:”Carlangas, es que hoy tengo cuadratura natal y el sol y la torre están enfrentados”. Ante este comentario me quedo perplejo. Callo, sonrío y pienso:”realmente tú lo que tienes es cuadratura mental”. Con toda seguridad terminaremos en el cine viendo una película española de amores y desamores.
Reconoce abiertamente que me admira por mi bagaje cultural. Pero, ¿cómo se puede adquirir cultura sin leer? Si debo permanecer en una sala de espera unas tres horas, siempre ha sido mi costumbre llevar el libro que esté leyendo en ese momento y acercarme a comprar la prensa.
Si voy de viaje me gusta comprar una guía de ese país. No soy el único en el mundo que hace eso.
Ella, cuando leo, me mira fijamente y seguro que piensa:”Que tostón eres, es que no dices ni pío, me muero de aburrimiento”, pero al entrar en cualquier iglesia ya me está preguntando de qué estilo es ese arco o columna.
Se atreve a escribir que soy barrigón y adicto al fútbol televisado, y cuando me pregunta ¿y yo cómo soy?, si le respondo: “No eres fea, más bien gordita y no muy alta”, seguro que me arroja lo que tenga entre las manos y se lleva un mes sin hablarme.
La puntualidad es otro tema. “Con una persona que no sea puntual, sería imposible mantener una relación” está diciendo continuamente. Pero claro, a ella cuando escribe se le va la olla, palabras textuales, entonces yo me tengo que armar de paciencia y esperar hasta que buenamente se duche y se arregle. Lo positivo es que en esas ocasiones sí me deja leer.
Después de escribir algo casi incomprensible sobre “Mortadelo”, pregunta mi opinión, ¿le digo que es un bodrio?... Me limito a alimentar su ego y hago mención a su originalidad.
Ella es perfeccionista, o mejor dicho, cree que hace todo de bien a notable, si tuviéramos que evaluarla.
¿Que nadie le ayuda en casa? Cierto, pero lo que no menciona es que siempre pone defectos a todo lo que hacen los demás.
Comentarios como éste son normales:
- “Pedro, has recogido bien la mesa, pero fíjate en esas miguitas de pan que han caído al suelo cuando has quitado el mantel”,
- “Elena, has fregado bien los platos, pero seca bien la encimera, anda”,
-  “Estrella al planchar este pantalón no has quitado esa arruga tan a lo de Adolfo Domínguez”. Con este último comentario pretende que Estrella suelte una sonora carcajada por su mención al diseñador. No tiene en cuenta que su hija viste a lo heavy metal, o algo así.
Le horroriza cocinar. Yo no es que domine el tema, pero en un ataque de stress laboral me apunté a un curso de cocina que más parecía un club de solteros mentalmente insolventes que cocinillas frustrados. Al menos ahora sé desenvolverme con los pucheros y epatar a alguna que otra visita.
Así es que, de vez en cuando, le preparo comida para congelar. Ella se pone a mi lado mientras guiso y da consejos como éstos: “Qué manía con hacer refritos para todo con lo que engordan”, “Tanta sal es nefasta para el colesterol”…
¿Qué decir con respecto a los celos? Simplemente que a Toñi no la soporta. Dice que es artificial, derrochadora y entrometida. Y doy fe de que mi ex no le ha hecho nada, simplemente hemos tenido en común dos hijos y coincidido después de la separación un par de veces, cosa que es normal en una ciudad tan pequeña.
Paradójicamente, ella sí puede haber tenido en el pasado amistades variadas e, incluso en el presente, babosear al leer una carta con acento rrruso.

Ya está bien…

Ahora Tula (sé que me lees) te contaré algo para distraer tu ocupada mente, ocupada en pensar en cosas poco importantes, como yo. Ocupada en atribular tu vida, nada descafeinada, que eso se lo dejamos al café y a la vida de los demás.
- Te hablaré de que sabía de la existencia de Antonio (el que mantiene la correspondencia clandestina contigo), desde el mismo día en que yo mismo te escribí la primera carta. Podría haberlo patentado como tu ruptura tecnológica, pero se me adelantó Cecilia y su “ramito de violetas”.
- También te podría hablar de que, muerto de envidia por la desbordante imaginación de tu amigo invisible, no pude menos que ponerme en contacto con él y hacerle un encargo curioso. No ofreció ninguna resistencia y por 20 €, a vuelta de correo, ya tenía una nueva carta en mi poder con la que poder impresionarte.
- Decirte que un día andando por las bien aireadas calles de nuestra ciudad me topé con unos folios. En principio los recogí para llevarlos al contenedor de reciclaje de papel, pero instintivamente les eché una ojeada y fíjate dónde han terminado.
- O que son copiadas literalmente de un manual que compré en un mercadillo y que llevaba por título: “Cómo derretir a una mujer madura a la que le falta morbo en su relación de pareja”.
Sé que la curiosidad te matará y, al menos para aclarar este tema, me dirigirás la palabra, de ahí que lo deje abierto.
En cualquiera de los casos, y como hombre de campo metido en estos menesteres, cometí un error imperdonable y fue escribir mi carta a continuación de la que te había hecho tanta ilusión; pero, por supuesto, no me atreví a leer todo lo que tú íntimamente habías redactado en tus confesiones.
He esperado una semana tu reacción y, al no recibir muestra alguna por tu parte, me he aventurado a ojear todos los capítulos y a redactar el que podría ser el último.
Así y todo me gustaría recordarte que tú, a excepción del de Annais Nin, has leído intencionadamente todos los diarios que te has ido encontrando.
Me parecen bien y hasta normal estas dualidades nuestras. Todos somos Jeckyll & Hyde a nuestra manera, así que sólo puedo decirte:

“Tula te quiero por ser tú misma, por ser refrescante y abierta, y porque has llenado mi vida de ilusión y de risas”.

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Y EL SÉPTIMO DÍA DESCANSÓ (Texto publicado en el núm 56 de la revista SPECULUM (Club de Letras de la UCA)

 Él es el más alto. Él es el más tranquilo. Él es el más confuso. Él es el más sibarita. Él es el más amortiguado. Ella, ella es la más espiritual. Estos son mis seis novios, con arroba incluida. Cada día de la semana le toca a uno. En una hoja Access voy anotando: nombre, aficiones, conversaciones frecuentes y apetencias sexuales. Que no quiero herir sensibilidades.             El más alto se llama Jesús, es de Sevilla, como el Jesús del Gran Poder y para más INRI, nunca mejor dicho, siempre tiene cara de pena, pero besa bien, por eso le he asignado el lunes, para ir entrando poco a poco.             El martes tengo a Lorenzo, el más tranquilo. Siempre llega tarde. Le tengo que recordar que no tenemos todo el día; que contra pereza, diligencia. Le tengo que recordar que empiece por arriba pero que se pare, sin prisas y con esmero, donde él sabe. El más confuso, siempre duda del día que tenemos fijado. Andrés, cielo mío, el miércoles. Acuérdate de la ceniza del Señor. Acuérdat