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6. Confesiones de colores

El abanico de adicciones es casi infinito, desde la heroína a la hamburguesa del McDonal´s, pasando por los videos juegos, psicofármacos, o patatas fritas de bolsa. Todas responden al mismo patrón: consumo persistente y compulsivo.
    Soy adicta a casi todo. Podría confesar que soy adicta al alcohol, en concreto a la cerveza muy rubia y fría,  y que empecé a beber, de adolescente, en la primera feria de mi pueblo. También podría confesar que soy adicta al tabaco negro y, de hecho, lo era.  Estas dos son adicciones serias, adicciones de primera.  
    Pero, además, reconozco que tengo otras adicciones, llamémosles de segunda, como las palomitas, el móvil,  las series de televisión o los altramuces.
    La de los altramuces sobrevino de navegar por internet buscando un producto para comer mucho y no engordar, y allí estaban: hipocalóricos, antioxidantes y nutritivos. Bajos en grasa y ricos en fibra. Alimento diez. Pero, claro, no para comerse 500 gr. al día o para salir corriendo a comprar provisiones si iba de viaje al extranjero. Era tal el grado de dependencia a los altramuces que me gustaba hasta su color amarillo brillante.
    Con todo el historial anterior, parece obvio que me apuntara a una terapia. En la primera sesión, nos colocaron a todos los adictos en corro para que cada uno explicara cómo se inició y cómo le afectaba el consumo de la sustancia concreta. Cuando me presentó el psicoterapeuta, ya habían hablado los adictos de primera y, nada más nombrar el tema altramuces, noté que todos sonrieron discretamente.  Un adicto gracioso dijo que su mono le producía dolor en músculos y huesos, y me preguntó los síntomas que tenía cuando mi cuerpo me pedía altramuces, a lo que yo, con socarronería, respondí: “Sólo te daré una pista: ponte un poco alejado de mí porque al ser legumbres, producen cierto desasosiego en los intestinos”.
    A pesar de mi reticencia inicial a las terapias de grupo, debo reconocer que, gracias al psicoanálisis de Freud y a la geometría y sus círculos concéntricos, dimos en la diana de mis adicciones. Por lo visto, todo provenía de cuando yo era una niña y vendían por la calle las arropías, a las que le echaban un colorante rosa fuerte y llamativo. Cuando las comía, se me quedaba la lengua fucsia y la mirada fluorescente y el placer que me proporcionaba era inmenso. Una adicción en toda regla, de tercera, pero adicción. También recordé, entre lágrimas, que coincidiendo con la primera feria de mi pueblo y, sin previo aviso, dejaron de vender mis adoradas arropías, y que mi alma y mi cuerpo quedaron desconsolados.
    Huelga decir que, en la actualidad, sigo siendo adicta, pero solo al agua con limón, bebida grisácea y depuradora, que nos daban para desintoxicarnos en las interminables reuniones semanales.








 29/10/2019


Comentarios

  1. El recorrido en primera persona me atrapa desde el inicio y me lleva a un camino de evocaciones y recuerdos. Me ha gustado

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