Ir al contenido principal

160. EL PUNTO G TAMBIÉN EXISTE

—Hola, Paqui, ¿estás sentada? Tengo un notición que te va a dejar de piedra.

—Rosa, me asustas. Cuenta, cuenta…

—Estoy desolada, abrumada y hundida, es lo peor que me ha pasado en mi vida, Paqui. Pedro…, Pedro me ha dejado por otra.

—¿Cómorrrrr?

—Pues no va y me dice que “ya no le pongo”. Y yo, tan tonta como siempre, no sabía que era eso de poner.

—Qué pardilla eres, hija, a ver si sales más allá de la cocina. Significa que no le excitas, que no le gustas.

—¡Qué jodío! Pues sí que le gustaba la tortilla de papas que le hice ayer para la cena, y después de zampársela casi entera, dice que me deja. ¡Qué horror! Mi vida se acabó. Siempre he estado a su lado; creía que éramos una pareja feliz, estable y normal. Con dos hijos muy sanos y una casa ya pagada. ¿Qué más se puede pedir?

—Rosa, en confianza, ¿alguna vez te has planteado si a ti te pone él?

—Pues mira, ahora que lo dices, no me pone desde hace treinta años. Cada tres sábados, lo hacemos, y más concretamente durante la siesta. Cuando le veo preparado, limpito y con cara libidinosa, pienso en lo que tardará, porque, durante el acto en sí, él es poco generoso y yo me aburro. Pero, ilusa de mí, creía que esto de las relaciones sexuales era así, que la rutina hace mella en la pareja y que la pasión es efímera. Fíjate que antes de ayer fue sábado, tocaba y…  lo hizo. ¡Para matarle! Me ha dicho que se va mañana, que se ha enamorado de una amiga del grupo de matrimonios con el que salimos algunos fines de semana. ¡Jo, qué disgusto tengo! ¿Qué hago?, aconséjame.

—Pues Rosa, si ya no te quiere, déjate de pamplinas y trabaja tus habilidades sociales, que dicen ahora. Apúntate a talleres de escritura, presentaciones de libros, pilates o senderismo nivel básico.

—No sé si seré capaz. ¡Qué nervios!

 

Pasado un tiempo…

 

—Hola, perdona, Paqui, ya sé que he estado perdida, pero no sabes el ajetreo que he llevado. Tengo novedades.

—Pero, ¿qué me dices?

—Que he ligado, Paqui; lo conocí en un curso de Creación Literaria y, entre relato y relato, no veas como me miraba. Un día, le gustó tanto un micro maquiavélico que escribí, que me dijo: “Habrá que celebrar esa imaginación desbordante que tienes, ¿no?”. Te invito a cenar.

—Y tú, ¿qué le dijiste?

—Pues que sí. Fuimos a un restaurante fashion de moda, y después a tomar una copa o dos, o tres… y, mezclando risas y coqueteos, me propuso sexo. Así, tal cual.

—¡Pero bueno! Qué descarado, ¿no?, ¿y?

—Pues que me lo traje a casa. Ni lo pensé.

—¿Qué tal te fue?

—Alucinante. ¿Recuerdas la película “El cartero siempre llama dos veces” y esa escena hot sobre una mesa de cocina? Pues casi, casi. Este compañero se llama Andrés, no es como mi marido, alias el “Pim, pam, pum”. Este se recrea, le gusta transmitir placer y… muy fuerte, de verdad. Me pongo hasta nerviosa contándotelo. Y… y… pues que soy multiorgásmica, y yo sin saberlo. Vaya desperdicio de vida, siempre esperando el orgasmo ajeno.

Ya veo que eres otra persona. ¿Sois novios?

—Anda ya, mujer, solo somos compañeros. Ahora la antigua eres tú. Cada uno vive en su casa y nos vemos de vez en cuando.

— ¿Y cómo te las apañas ahora sola?

Pues guiso para mí, duermo en diagonal, ventoseo cuanto quiero y soy dueña del mando de la tele.

Te veo más suelta de carácter, más abierta, distinta. Me alegro tanto por ti y, ¿qué le dirías ahora a tu ex?

—Simplemente: “Gracias a que me dejaste, he encontrado el punto G, que, como Teruel, “también existe”. Ahora estoy en el punto U y después pasaré al K… esto, esto es un no parar. Gracias, Pedro, gracias”.

 



27/11/2021

Comentarios

  1. Ambos personajes interesan, son actuales. Es muy actual y de fácil seguimiento

    ResponderEliminar
  2. Divertido diálogo, original y fluido. El tono de humor no deja atrás el sentir y el desconocimiento de su sexualidad. Identificable en época y contexto en muchas mujeres.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Imaginar emociona (Primer premio (Literatura) en I Certamen Artístico Cultural cREA)

  En un estudio científico y estadístico —realizado, eso sí, a puro cálculo visual—, entre los asistentes a un concierto, llegué a un postulado inapelable: solo un 5% de la población goza del privilegio de destacar en altura, rasgos o peso. Pues bien, puedo asegurar, sin margen de error, que él no pertenecía a esa exclusiva minoría. No. Él era feo, pero no un feo común, sino un feo con historia, con kilómetros recorridos. Avejentado para su edad y visiblemente estropeado por los excesos y la mala vida. Debo admitir, con cierto bochorno, que no era solo feo, sino también desagradable. Olía a tabaco, a cerveza y a varios días sin ducha. Una pena, de verdad. Entonces, ¿qué me motivó a propiciar ese encuentro fortuito? En el fondo, creo que para conocer la verdadera razón habría que hacer otro estudio, aunque esta vez no tan científico, sino uno que indagara en la gran incógnita de la humanidad: ¿por qué hacemos cosas que claramente nos perjudican? En mi caso, quizás fue la pereza,...

Tacones más sensatos que lejanos

                    Yo quería ser chica Almodóvar, como Penélope Cruz en Volver , ocultando el cadáver del marido en un arcón congelador. Pero, para mi infortunio, ese universo ochentero y glamuroso se escapó mientras trabajaba como maestra en una escuela de un pueblo perdido en la sierra de las Villuercas. Hoy, uso tacones más sensatos que lejanos. Ya soy mayor, abuela, y tengo pocas ganas de ese mundo de lucimiento y trasnocheo. El manchego, en cambio, sigue imparable: ha triunfado en Venecia y posa, flanqueado por dos bellezas de piel lechosa, altísimas y que sólo se entienden en inglés: sus nuevas chicas. Cuando pensé que había perdido el tren de la fama, de los cócteles y vestidos llamativos, caí en la cuenta de que vivo en Extremadura, y que ese tren de mi vida salió de la estación con horas de retraso y terminó averiado en mitad de una dehesa y de la noche. ¿Un desastre ferrovia...

Cuestión de genes

  Los Figueroa de la Cruz, Marqueses de la Balconada y mis padres, para más señas, son una pareja de alto standing , ricos en patrimonio, inteligencia y blasones. De forma natural, han seleccionado su especie durante generaciones. De aspecto escandinavo, pero oriundos de Cáceres —ellos y los Borbones, muy a mi pesar, elevan las estadísticas de la altura media nacional—. Son amantes de la música, el arte y los idiomas. Brillan por su físico y su intelecto. Ahora bien, debo comentar, aunque solo sea de pasada, que también son arrogantes, engreídos y altaneros, amén de ultraconservadores. Un primor de progenitores. Quizás por ser el único hijo —y, por tanto, primogénito de la familia—, quizás por compartir como morada la misma casa palacio, quizás por vivir en primera persona el grado cero de empatía de mis ascendientes, o quizás por todo ello, siento la necesidad de relatar mi vida. Según me cuentan, cuando nací, mis congéneres se quedaron perplejos y estupefactos. ¡Oh, Dios...

Odio a mi hijo

  A sí arrancaba un monólogo magníficamente interpretado por una maestra, metida a cómica por pura afición. Mi primera reacción fue de sorpresa. A medida que transcurría su afanoso soliloquio, la protagonista, ya entrada en años, exponía, en primera persona, los motivos que le llevaban a esta afirmación tan contundente como cruel. Poco a poco lograba convencerte de que para ser madre hay que echarle una cierta dosis de masoquismo. Contaba esta alegre docente que, al principio, cuando decides emprender esta aventura, le dices a tu pareja: “Qué ilusión me haría tener algo nuestro, pero... nuestro, nuestro, que nos una para siempre”. Y, alcanzado el consenso, en un plis plas, te lanzas con la parte más placentera de toda esta historia, —por lo visto interminable—: la parte sexual. A los pocos meses de aquellos agradables encuentros amorosos, ya estaba ahí, en mi vientre. Nuestro primer contacto fue visual, a través de un monitor, mientras el doctor examinaba detenidamente la imagen....

Espejismo en el Nilo

  El último día de vacaciones quiero que sea el más tranquilo, un respiro después de todo lo vivido. Han quedado atrás las largas excursiones al desierto, el madrugón diario para contemplar los templos al amanecer, los grupos de turistas atiborrados de cámaras y fascinados por las pirámides, los vendedores de especias que no sabían cuándo rendirse, el caos de motocarros, calesas y el bullicio constante de personas deambulando por las calles, los tés con menta servidos a cualquier hora, el sol abrasador, las ancestrales filas separadas por género en terminales internacionales, los museos repletos de tesoros de valor incalculable y el heroico guía que, con paciencia infinita, nos sumergía en la historia como si fuera su propia vida; entre ruinas y explicaciones interminables, luchaba contra el calor y la fatiga para mantenernos cautivos de su relato. Este sorprendente país es una maravilla, pero mi cuerpo ya no puede con más. Como broche final y para ponerle paz a tanto aje...

¿VEINTE? (2º premio VIII Edición del Certamen Literario “La Arboleda Perdida” Puerto de Santa María)

  ¿VEINTE?   Una, dos, tres. De pequeña me apodaron “la Santita” porque era tierna, noble y obediente. Cuando a mediodía llegaba del colegio, tanto los vecinos como mi madre me tenían preparada una lista de recados varios: “Niña, baja a por una hogaza de pan para doña Manuela, la del cuarto y, de paso, vas a la frutería, compras un kilo de naranjas de las tontas y le pides a Ramón un poquito de perejil”. Y allá que iba yo, sin rechistar y con agrado, a hacer felices a todos. Las monjitas, y en especial sor Carmen, me trataban de una manera especial, porque especial era yo. Todos cuchicheaban que mi bondad y mi inocencia eran contagiosas y que mi manera peculiar de mirar y de hacer las cosas, me hacía encantadora. Un primor de niña. Una santita, como mi apodo. Cuatro, cinco, seis. Terminado el bachillerato y la universidad, llegó el momento de oficializar mi bondad y tomé una decisión que marcaría mi vida.   Me metí a monja. Me metí a monja seglar, porque yo quería ...

Casi algo (Texto publicado en el número 63 de la revista SPECVLVM. Club de Letras de la UCA)

Basándome en la astrología, esa ciencia infalible donde las haya, he llegado a la conclusión de que, gracias a una confabulación cósmica entre Saturno, Júpiter y Venus, el azar quiso que coincidiéramos en espacio, tiempo y app. Nos encontramos tecleando una calurosa madrugada de agosto, con el cambio climático en modo horno turbo —a pesar de los negacionistas—, con el corazón hambriento de nuevas experiencias y con un montón de gin tonics en lo alto. Dos horas de fantasías y cochinadas digitales dieron lugar a una cita in situ, o como se diga. Nos encontramos, nos vimos y, oh, superamos esa prueba visual implacable: altura, talla, ojos e incluso zapatos. Nos gustamos. Nos gustamos tanto que, después de cinco cervezas, nos fuimos a la cama. Te llevé a mi terreno, a mi barrio, a mi casa compartida. Tuve valor, lo sé. Pero las cosas vienen así y no vale plantearse moralidades ni estrecheces. Nos acostamos y punto. Te fuiste muy temprano. Casi me liberé con tu ausencia, pero tu olo...