Así comenzaba un monólogo, por cierto, magníficamente interpretado por una maestra, metida a cómica por pura afición. Mi primera reacción fue de sorpresa. A medida que transcurría su afanoso soliloquio, la protagonista, ya entrada en años, exponía, en primera persona, los motivos que le conducían a esta afirmación tan redonda, rotunda y cruel. Poco a poco te iba convenciendo de que para ser madre hay que echarle una cierta dosis de masoquismo. Decía esta alegre docente que, cuando empiezas en esta batalla, le comentas a tu pareja, cónyuge o similar: “Qué ilusión me haría tener algo nuestro, pero... nuestro, nuestro, que nos una para toda la vida”. Y ni corta ni perezosa empiezas con la parte más placentera de toda esta historia, por lo visto interminable: la parte sexual. A los dos meses de los agradables encuentros amorosos, ya estaba ahí, en mi vientre. Nuestro primer contacto fue visual, a través de un monitor y con un doctor, a medio metro, divisando mis labios mayores y menore