“Me gustan las mujeres de corte y confección”, con esta contundente y escueta frase mi abuelo ponía el colofón a todas las trifulcas familiares. Era su frase de referencia y resumía su forma de entender la vida. Cuando él mostraba su altanería, mi pobre abuela le miraba con una expresión contenida y seguía haciendo la faena doméstica que tuviera entre manos. “Muerto el perro, se acabó la rabia”, esa frase no la refería mi antecesor, esa la dije yo misma el día de su entierro. Día en que mi abuela, a las tres de la tarde, cogió a nuestro perro Lucky, un dulce pastor alemán, y sin comida hecha ni mesa puesta, nos dejó plantados a todos y se fue a vivir sola a El Bosque, a un chalet en medio del campo, de dudosa legalidad urbanística. Por una parte nos quedamos preocupados porque era la primera vez que ella, pese a sus años, iba a vivir sola, pero por otra, la veíamos tan feliz, ten exultante y tan liberada, que pensábamos que era un regalo que el destino le tenía preparad