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Mostrando entradas de octubre, 2019

46. Historia de un polo

—Ya tengo los pies fríos —me dijo en tono lastimero y con las piernas temblorosas. —Amor, todo tú es un témpano, tienes congelados los pies, las manos, la nariz y las orejas. Me preocupa tu color amarillento. Eres como un polo de limón, pero sin palito. Relájate, te ayudaré, te daré calor. Tomó una taza de caldo muy caliente y le metí en la cama, tapándole con cuatro edredones. Puse la calefacción al máximo, además de seis radiadores y diez velones encendidos. Salí del dormitorio y cerré con cuidado la puerta. Cuando al rato   volví a entrar, pensé: Creo que me he pasado con la temperatura…, se ha descongelado, y ahora de él solo queda un charquito desvaído   sobre la sábana. 14/11/2019

48. La escalera

Me llamarán para que baje a cenar en familia. —¿Ya estás arreglada para la velada? Ponte el vestido rojo que tan bien te sienta, —comentaban mis padres en tono distendido y protocolario. —Un momento —respondí, haciéndome a la idea de que otra noche sucedería lo mismo. —Apresúrate y baja que el servicio se debe retirar pronto —insistían ellos. Me pregunto si ha llegado el momento de ingresarlos. Vivimos en un piso de protección oficial y la única escalera que se podría bajar es la que conduce a la calle.

44. El encuentro

— Sí, soy su esposa —dijo Marta, visiblemente abrumada por la llamada recibida a esas horas de la madrugada. —¿Su nombre es Victoria Tena Rubio? —No señor, me llamo Marta Sánchez Aguilar. —Le llamamos del Hospital la Luz. Juan Ortiz García, su marido, ha sufrido un desvanecimiento y le tenemos aquí ingresado. Él nos ha facilitado dos nombres y dos teléfonos, nos da la impresión de que ha habido un error. Marta fingió no conocer a Victoria, pero sabía que había llegado el momento tan temido y, sin dudarlo, respondió: —Inmediatamente, me pongo en dirección al hospital. Muchas gracias. Cuando Juan abrió los ojos, contempló a sus dos esposas que, con incomodidad y resignación, le miraban. 01/11/2019

42. Dos décadas

De toda la vida ella mantenía una conducta desconcertante en extremo. Era una mentirosa compulsiva, los equívocos dominaban su existencia. Decía que iba y en realidad venía, decía que traía y más bien llevaba. Un día, después de una discusión, Elena, que así se llamaba, salió de la casa dando   un brusco portazo, su pareja sonrió irónicamente, esperando en un rato su vuelta. Pasados veinte años la sonrisa se transformó en mueca. 24/10/2019