—Ya tengo los pies fríos —me dijo en tono lastimero y con las piernas temblorosas. —Amor, todo tú es un témpano, tienes congelados los pies, las manos, la nariz y las orejas. Me preocupa tu color amarillento. Eres como un polo de limón, pero sin palito. Relájate, te ayudaré, te daré calor. Tomó una taza de caldo muy caliente y le metí en la cama, tapándole con cuatro edredones. Puse la calefacción al máximo, además de seis radiadores y diez velones encendidos. Salí del dormitorio y cerré con cuidado la puerta. Cuando al rato volví a entrar, pensé: Creo que me he pasado con la temperatura…, se ha descongelado, y ahora de él solo queda un charquito desvaído sobre la sábana. 14/11/2019