Mi padre maestro, mi madre maestra y yo… yo rompí, de cuajo, la tradición familiar. No funcionó lo del palo y la astilla. Yo quería ser cajera de supermercado. Podría haberme graduado en universidades, si me apuras, hasta extranjeras, porque dos sueldos de funcionarios, bien administrados, pueden cundir mucho, pero no, yo hice un Ciclo Formativo de Atención al Cliente y me dispuse a luchar por mis sueños. Al principio, mis progenitores montaron en cólera, ellos querían tener un médico o abogado en la familia, pero después de muchas discusiones, aceptaron mi proyecto vital y solo querían que fuera competente y, sobre todo, feliz. A los veinte años, puedes ganar un Campeonato del Mundo de Motociclismo, un Tour de Francia, una medalla en unas Olimpiadas, o decidir ser cajera de una tienda alimenticia, como fue mi caso. Por las tres primeras proezas sales en las portadas de los periódicos. Por la última, jamás o, mejor dicho, casi nunca. Mi primer objetivo