Perdí mi despertador, per dí mi calendario semanal, formato A8 colgado en el corcho de la cocina, perdí mi cámara de fotos, que incluso era compacta y digital, perdí mi periódico, con su suplemento dominical, que cuando lo leía lograba obtener el grado de abstracción más placentero de toda la semana. Perdí todo eso y me conformo, pero me niego a perder a mis dos amigas de la infancia. Ana, Toñi y yo misma éramos, y somos, amigas íntimas –que se decía antes-, cuando nuestros padres coincidieron trabajando en Guadalajara. Teníamos en torno a los doce años y, desde entonces, somos fieles a nuestra amistad. La vida nos desparramó por diferentes puntos de la península, pero siempre hemos mantenido el contacto. Al principio nos escribíamos cartas y postales que enviábamos por Correos, después nos llamábamos con el teléfono fijo del salón de nuestros padres, luego llamadas con nuestro móvil, para pasar posteriorme nte a formar un grupo de whatsapp al que llamamos “las tres