Era una noche cerrada. Yo iba en mi coche conduciendo tranquilamente cuando, de pronto, en una recta, me llamó la atención una chica vestida de blanco, sucia de barro, empapada por la lluvia y demacrada. Decidí parar. —Hola, ¿puedo ayudarte en algo? —Es una pregunta difícil de contestar. Mi vida, o mi muerte, están llenas de profundos cuestionamientos. No sé cómo me llamo o qué edad tengo. Vivo de noche y, aun estando muerta, me pueden ver y escuchan mi voz. —Claro, ya me sonaba tu aspecto… Tú eres la niña de la curva. —Es verdad, con tanta cháchara, se me había olvidado decirte que viene una curva muy pronunciada y que debes reducir la velocidad porque allí es donde yo perdí la vida. —Perdona, pero ya la curva ha pasado y ahora esta recta se extiende varios kilómetros. —Tienes razón. Me explico. Yo me maté atrás, en la curva pero me vengo andando para entrar un poco en calor porque no veas el frio que paso. La verdad es que me he llevado muchos años avisando de la curva