Los Figueroa de la Cruz, Marqueses de la Balconada y mis padres, para más señas, son una pareja de alto standing , ricos en patrimonio, inteligencia y blasones. De forma natural, han seleccionado su especie durante generaciones. De aspecto escandinavo, pero oriundos de Cáceres —ellos y los Borbones, muy a mi pesar, elevan las estadísticas de la altura media nacional—. Son amantes de la música, el arte y los idiomas. Brillan por su físico y su intelecto. Ahora bien, debo comentar, aunque solo sea de pasada, que también son arrogantes, engreídos y altaneros, amén de ultraconservadores. Un primor de progenitores. Quizás por ser el único hijo —y, por tanto, primogénito de la familia—, quizás por compartir como morada la misma casa palacio, quizás por vivir en primera persona el grado cero de empatía de mis ascendientes, o quizás por todo ello, siento la necesidad de relatar mi vida. Según me cuentan, cuando nací, mis congéneres se quedaron perplejos y estupefactos. ¡Oh, Dios...
A trescientos cincuenta kilómetros por hora, le pareció que estaba logrando la máxima velocidad en vuelo horizontal. A cuatrocientos diez, pensó que estaba volando al tope de su velocidad, y se sintió ligeramente desilusionado… En el cielo, pensó, no debería haber limitaciones. Esas fueron sus últimas reflexiones. Con el colocón que llevaba, de niveles estratosféricos, el golpetazo que se metió… ya os lo podéis imaginar. El parapente quedó destrozado y él salió disparado como un cohete sin rumbo . Ya no recuerdo si se llamaba Juan Salvador o Juan Antonio, qué más da. Un auténtico descerebrado. El susodicho, el insensato, el velocista se fue para siempre. Era un tipo que conocí por Internet. La verdad, no parecía tan tonto. Su filosofía desquiciada y supersónica tenía algo de atrevida, lo reconozco. Pero, al final, el delirio le cobró caro, y de forma estrepitosa. Ese Juan-algo se me ha aparecido en una sesión de ouija y quiere que interceda por él ante San Pedro, porque su ...