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Imaginar emociona

  En un estudio científico y estadístico —realizado, eso sí, a puro cálculo visual—, entre los asistentes a un concierto, llegué a un postulado inapelable: solo un 5% de la población goza del privilegio de destacar en altura, rasgos o peso. Pues bien, puedo asegurar, sin margen de error, que él no pertenecía a esa exclusiva minoría. No. Él era feo, pero no un feo común, sino un feo con historia, con kilómetros recorridos. Avejentado para su edad y visiblemente estropeado por los excesos y la mala vida. Debo admitir, con cierto bochorno, que no era solo feo, sino también desagradable. Olía a tabaco, a cerveza y a varios días sin ducha. Una pena, de verdad. Entonces, ¿qué me motivó a propiciar ese encuentro fortuito? En el fondo, creo que para conocer la verdadera razón habría que hacer otro estudio, aunque esta vez no tan científico, sino uno que indagara en la gran incógnita de la humanidad: ¿por qué hacemos cosas que claramente nos perjudican? En mi caso, quizás fue la pereza,...
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Casi algo

Basándome en la astrología, esa ciencia infalible donde las haya, he llegado a la conclusión de que, gracias a una confabulación cósmica entre Saturno, Júpiter y Venus, el azar quiso que coincidiéramos en espacio, tiempo y app. Nos encontramos tecleando una calurosa madrugada de agosto, con el cambio climático en modo horno turbo —a pesar de los negacionistas—, con el corazón hambriento de nuevas experiencias y con un montón de gin tonics en lo alto. Dos horas de fantasías y cochinadas digitales dieron lugar a una cita in situ, o como se diga. Nos encontramos, nos vimos y, oh, superamos esa prueba visual implacable: altura, talla, ojos e incluso zapatos. Nos gustamos. Nos gustamos tanto que, después de cinco cervezas, nos fuimos a la cama. Te llevé a mi terreno, a mi barrio, a mi casa compartida. Tuve valor, lo sé. Pero las cosas vienen así y no vale plantearse moralidades ni estrecheces. Nos acostamos y punto. Te fuiste muy temprano. Casi me liberé con tu ausencia, pero tu olo...

Cuestión de genes

  Los Figueroa de la Cruz, Marqueses de la Balconada y mis padres, para más señas, son una pareja de alto standing , ricos en patrimonio, inteligencia y blasones. De forma natural, han seleccionado su especie durante generaciones. De aspecto escandinavo, pero oriundos de Cáceres —ellos y los Borbones, muy a mi pesar, elevan las estadísticas de la altura media nacional—. Son amantes de la música, el arte y los idiomas. Brillan por su físico y su intelecto. Ahora bien, debo comentar, aunque solo sea de pasada, que también son arrogantes, engreídos y altaneros, amén de ultraconservadores. Un primor de progenitores. Quizás por ser el único hijo —y, por tanto, primogénito de la familia—, quizás por compartir como morada la misma casa palacio, quizás por vivir en primera persona el grado cero de empatía de mis ascendientes, o quizás por todo ello, siento la necesidad de relatar mi vida. Según me cuentan, cuando nací, mis congéneres se quedaron perplejos y estupefactos. ¡Oh, Dios...

¿El cielo existe?

  A trescientos cincuenta kilómetros por hora, le pareció que estaba logrando la máxima velocidad en vuelo horizontal. A cuatrocientos diez, pensó que estaba volando al tope de su velocidad, y se sintió ligeramente desilusionado… En el cielo, pensó, no debería haber limitaciones. Esas fueron sus últimas reflexiones. Con el colocón que llevaba, de niveles estratosféricos, el golpetazo que se metió… ya os lo podéis imaginar. El parapente quedó destrozado y él salió disparado como un cohete sin rumbo . Ya no recuerdo si se llamaba Juan Salvador o Juan Antonio, qué más da. Un auténtico descerebrado. El susodicho, el insensato, el velocista se fue para siempre. Era un tipo que conocí por Internet. La verdad, no parecía tan tonto. Su filosofía desquiciada y supersónica tenía algo de atrevida, lo reconozco. Pero, al final, el delirio le cobró caro, y de forma estrepitosa. Ese Juan-algo se me ha aparecido en una sesión de ouija y quiere que interceda por él ante San Pedro, porque su ...

¡Por fin ligué!

 Divorciarse a los setenta es una experiencia impactante y transformadora. Al principio, te sientes liberada, pero pasado un tiempo de esta catarsis existencial, el cuerpo te va pidiendo una nueva relación. Hice un somero estudio del mercado del ligue local y se me puso la cara de emoticón asombrado. Una compañera se apiadó de mi deplorable estado anímico-sexual y organizó una cena en la que, junto con otros conocidos, invitó a un amigo de una amiga, que era de mi edad y estaba recién separado. Creo que al amigo de la amiga de mi amiga le gusté, porque durante toda la velada me miraba con una mezcla de timidez y disimulo. Yo le correspondía, aunque carezco de la desenvoltura que da la coquetería.   A las dos de la mañana, el grupo decidió disolverse. Era el momento cumbre. ¿Quién daría el paso? Lo lógico, pensaba yo, era que él propusiera acompañarme. Yo esperaba ansiosa. Y sí, lo hizo. Ahora venía el otro paso. Había que lanzarse y sacar la eterna pregunta: “A tu casa o a la ...